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S. M. lo había estancado en provecho exclusivo de la corona, desde los días del arzobispo virrey Góngora. El año 1789 se habían remitido más de cien arrobas a Espa- ña. Se pagaba a dos pesos fuertes la libra, precio exiguo, según dio a entender Mendinueta en su carta de 19 de enero de 1802 a Carlos IV. Quizá en los años 87-88 pudo aceptarse como valor justo, cuando aún los mineros o em- presarios de minas lo consideraban simple escoria del oro; pero había ya comenzado a entrar en aleación con la plata para la fabricación de joyas y se había inventado el pro- cedimiento de hacerlo maleable. Si el gobierno español se empeñaba en cotizar el platino a tan bajo precio, la ex- portación clandestina, que ya se había iniciado. no tardaría en alzarse con su monopolio. El conde de Ezpeleta había entregado a su sucesor una relación cumplida del estado de las minas y de los medios que deberían adoptarse para su mayor rendimiento. Aun- que del cotejo entre los quinquenios 1790-95 y 1796-1801, parezca deducirse que el de Mendinueta aventajó al de su paisano, esto es puro señuelo, explica noblemente el baz- tanés Cierto que en las casas de moneda de Santa Fe y de Popayán había entrado mayor cantidad de metal pre- cioso para su acuñación durante el gobierno de Mendi. nueta: 51.861 marcos oro, que valen 6.917.133 pesos, en Santa Fe, con aumento anual de 2.000 marcos sobre el quinquenio anterior; y 36.310 marcos oro, que valen 4.595.398 pesos, en Popayán, sin variación sensible. La explicación de estos aumentos, declara noblemente don Pedro Mendinueta, no radica en una mayor extracción mi- nera. Por la situación de guerra en que se vivía, el mer- cado de negros, «únicos que se y en las minas», permanecía cerrado y la compra de hierro para el utillaje reducida al extremo; adolecían además estas industrias extractivas de falta de dirección y de incompetencia en las técnicas de laboreo. Si tanto se beneficiaron las acuñaciones de Santa Fe debe atribuirse a dos causas principales: a que se giraron a la capital los oros del Chocó que normalmente solían destinarse a Popayán; y a que, por razón de la guerra, no se habían podido exportar a la metrópoli los oros en pasta o en barras y sus dueños se habían visto precisa- dos a manifestarlos en Santa Fe y reducirlos a moneda. Rehusa Mendinueta, por excesivamente costoso y par- cialmente ineficaz, el empleo de «facultativos» por cuen- ta de la real hacienda. Ese fue el error que se cometió con los célebres mineralogistas don Juan José de Elhu- yar y don Angel Díaz. Se desplazaron desde la Península a Nueva Granada «por la benignidad del rey», a petición de Caballero y Góngora; pero no pudieron ocuparse, se- gún deseo virreinal, en formar nuevos técnicos, sino en la explotación, por cuenta del erario público, de las minas de plata de Mariquita, al pie de los Andes de Quindío, en un valle fecundo surcado por el Magdalena. Hízose la empresa tan ruinosa que S. M. hubo de ofrecerla a quien se mostrara capaz de darle rendimiento. Después de abogar Mendinueta por la ho abr priva. da, bien dirigida, con exclusión de la estatal, concluye: «Yo creo mucho más útil y benéfico y mucho menos costoso el establecimiento de una cátedra de mineralogía y de metalurgia, a la que se debería destinar un sujeto bien instruido, no sólo en la teoría sino en la práctica, del beneficio de las minas mejor dirigidas de Europa, que recorriese después las de este reino, esto es, las de ds Ms
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