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FILONES DE ESPERANZA Contrasta el esbozo sombrío que del Nuevo Reino de Granada dejó trazado el arzobispo virrey, don Antonio Ca- ballero y Góngora, con el optimismo que inspiraba a Men. dinueta el futuro demográfico y económico de aquellos do- minios. La población del virreinato, prosigue, pasa de dos millones, alojados en más de treinta ciudades, en múlti- ples villas florecientes y en innumerables y dispersos nú- cleos menores. De unos a otros puede viajarse sin temor. Los mismos correos, cargados de dinero transitan por sus trochas y caminos sin escolta ni armas. «Los fora- jidos en los bosques parece se contentan con vegetar libremente; pues en catorce años no se ha oído decir que turben el sosiego público ni que salgan de sus guaridas a cometer alguna violencia». Esto, naturalmente, sin con- tar los asaltos que dieron algunos grupos de indios a ciertos poblados indefensos. Abundaban los ingenios de azúcar y de añil en las ha- ciendas, lo mismo que los molinos de harina; la quina había sido calificada por el barón de Humboldt en su carta a Mendinueta como de calidad no inferior a la de Loja (audiencia de Quito). Si el barón estaba en lo cierto, po- dría contarse con una riqueza importante «para este reino, para los dueños de estos montes y para los jornaleros que se emplean en el corte». Lo que interesa por el mo- mento —añade el virrey— es que el gobierno instruya a estas gentes, mediante sus técnicos y comisionados, so- bre el mejor método de realizar los cortes, el desecado y el empaquetado; puesto que de la manipulación de la cor. teza de la chinchona (deriva el nombre de los condes de Chinchón, virrey y virreina que fueron del Perú en el siglo XVII) depende la calidad y precio de la quina. Había sin duda llegado a conocimiento de Mendinueta ei libro «Quinología» publicado en 1792 por los botánicos López Ruiz y José Pavón que, con el francés Dombey, ha- bían explorado por las sierras peruanas y sometido a su- cesivos análisis dicha planta medicinal. Las autoridades gubernativas no tenían por qué inter- venir directamente en la explotación de dicho producto ni imponer derecho alguno, sino reconocer a los cosecheros libertad absoluta de comercio; pues «los particulares, por conveniencia propia, pondrán el mayor cuidado para no aventurar sus quinas al desprecio, con pérdida de sus intereses». De los montes de Loja se surtía la botica real de su majestad. Y de los de Nueva Granada había hecho Men- dinueta una primera remesa de 100 arrobas (a tenor de las reales órdenes de 14 de enero y de 19 de agosto de 1802), por vía de experimentación. Si risueño porvenir podía cifrarse en la explotación racional y en el libre tráfico de éste y de otros productos agrícolas y forestales, nada brindaba mejores perspectivas que los yacimientos mineros. En el Nuevo Reino de Granada —prosigue Mendinueta— se hallan la mayor parte de las especies mineralógicas re- gistradas en la industria: oro, plata, platino, cobre, hierro, zinc «y los demás metales que constan en las nomencla- turas químicas». Del platino —escribió con exactitud— es Nueva Grana- da hasta el presente la única región beneficiada. Jorge de Ulloa fue su descubridor. 7 AP A e A A a 0 mn». e em
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