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> e e e e AAA h E — e ban a Mendinueta a velar, como vicepresidente del pa- tronato regio, por la reorganización de las misiones, en franca armonía y cooperación de su excelente amigo, Jaime Martínez de Compañón, arzobispo de Bogotá. Honra a Mendinueta que, en su «Relación de mando», se atre- viera a consignar: «Lo que conviene a mi intento por ahora es observar que, desde el extrañamiento de los regulares de la Compañía de Jesús, que tenían a su cargo la mayor parte de aquellas misiones (de Casanare) se notan pocos o ningunos adelantamientos en ellas; y que el gobierno ha tocado dificultades tan insuperables para proveer de con- versores a estos gentiles, que algunas veces han salido de las montañas espontáneamente o a poca diligencia de algún aventurero, a solicitar su reducción». Reducción o poblado para que lo gobernaran los misioneros. Propuso en consecuencia al arzobispo la creación de nuevos obispados, el de Antioquía y el de Casanare, a fin de imprimir, por la acción directa de los nuevos pre- lados, un empuje eficaz a la obra civilizadora y de apos- tolado, aumentar el número de operarios y dispensar ma- yor protección a la población indígena, «En vista de lo que dejo dicho —continúa Mendinueta— acerca de las misiones de Andaquí y de Cuitolo, y de lo que consta en las relaciones de los gobiernos de los excelentísimos se- ñores doctor Antonio Caballero y Góngora y del Conde de Ezpeleta —sus predecagpres en el virreinato— parece es- tamos en el caso de confesar de buena fe, que se camina con demasiada lentitud en las reducciones; y que los me- dios empleados hasta ahora para su adelantamiento han sido ineficaces». Las soluciones propuestas por su ante- cesor inmediato, el conde de Ezpeleta, le parecieron opor- tunas, como en general todo cuanto le dejó encomendado en su relación de mando. Elogiar al virrey precedente de modo tan universal, como lo hace Mendinueta, no suele ser achaque común de los que se suceden en el cargo. «Pero en mi concepto lo primero que debe procurarse es el establecimiento de colegios de misioneros en donde se formen sujetos capaces de tan alto ministerio». Y co- rrobora su ideal: «Aun cuando el establecimiento de re- ligiones (órdenes religiosas) en América se hubiera per- mitido con otro designio que el de la propagación del Evangelio, punto que no admite duda ni disputa por estar bien clara en este punto la legislación, desde el momen- to en que se les encargó y aceptaron las misiones vivas, debió ser su primer cuidado formar un plantel de opera- rios para desempeñar dignamente esta obligación... en los seminarios es donde únicamente podrán formarse minis- tros como los ex jesuítas los tuvieron en sus colegios». Destello de su espíritu liberal es que, contra la co- rriente suscitada tras la revuelta de los Tupac Amaru, des- taque, en la formación de los misioneros, el aprendizaje de las lenguas indígenas, en vez de forzar a los indios a acomodarse a la lengua castellana. No solamente incumbía al virrey, por el vicepatronato, la promoción religiosa y cultural de los pueblos indíge- nas, sino todo cuanto afectara al debido funcionamiento de las jerarquías e instituciones eclesiásticas. De ahí su correspondencia con el arzobispo de Santa Fe para la rea- nudación del sínodo provincial, interrumpido tras su inau- guración en tiempo del virrey Guirior. El prematuro falle- cimiento del santo prelado, a 17 de agosto de 1797, cortó en ciernes un proyecto que tanto pudo haber influido en los turbulentos aconteceres que se avecinaban.,
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