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dio con sus huesos en la cárcel de Bocachica. De ella salió al estallar la revolución de 20 de julio de 1810 —procla- mación de la independencia— para alzarse con la presi- dencia del «estado de Cundinamarca», después de haber depuesto a Lozano y «echado al cesto la constitución fe- deral que la flamante república de Nueva Granada se había otorgado en ingenua imitación de los Estados Unidos» (S. de Madariaga). Apresado por los soldados españoles fue de nuevo de- portado a Cádiz (1814), de donde lo sacó la sublevación de Riego. En su patria americana le incoaron proceso por traidor y le excluyeron del senado. Disueltas por fin las rencillas personales y de sus émulos, vióse de nuevo enal- tecido como gran patriota y levantado sobre el pedestal de la historia patria como precursor de la independencia colombiana. De menor trascendencia política que las llamadas so- ciedades eutrapélicas, pero de ruinas más sangrientas, por el momento, fueron otros dos episodios autonomistas con los que tuvo que enfrentarse don Pedro Mendinueta y Múz- quiz: la revolución de los negros franceses de Cartagena y la insurrección de los indios de Túquerres y Guaitarilla. Abortó la primera, porque el gobernador, don Anastasio Cejudo, mariscal de campo, la descubrió a tiempo; y se cebó la segunda en el gobernador y en el recaudador de diezmos, que murieron asesinadosggsin que a éste último le valiera el sagrado de la iglesia. EL PATRONATO REGIO Creo no exagerar al proponer como una de las obse- siones de nuestros virreyes del XVIII la cuestión indígena. De ello dejamos algún comentario en las páginas refe- rentes a los virreyes Guirior y Jáuregui, de esta colec- ción de temas de cultura navarra. La insurrección de los guajiros y de los chimilas y de los Tupac Amaru y Tupac Catari fue la señal volcánica de un latente crepitar, Que- daban aún muchos pueblos sin luz evangélica y muchas tribus por reducir a las nuevas formas de cultura urbana, Y aunque en la corte se hubieran tomado especiales cautelas al proveer los últimos corregimientos, todavía saltaba a primer plano algún que otro corregidor como opresor de los indios, cuando su misión principal, como la de los curas doctrineros, debiera centrarse en la obra civilizadora y no en la tributaria. Denunciaron ante el virrey Mendinueta los alcaldes del partido de Anolaima, Francisco Javier Garay y Benito de San Juan, al cura don Lorenzo Ferreira, porque en un sermón de fiesta mayor había predicado que las desdichas presentes se 0%. qm de la crueldad con que los españoles habían tratado a los indios. Pero pudo ave- riguarse en el proceso que sus invectivas atacaban a un determinado sujeto, al corregidor don Manuel Balboa, que, con sus extorsiones, había soliviantado a los indios. Queja análoga le llegó desde el pueblo y doctrina de San Carlos de Chirú, cuyo fundador, el presbítero Andrés Francisco Peña, representó al virrey los excesos que se cometían con sus indios en la indebida exigencia de tri- butos y repartimientos. Estos y otros sarpullidos incita- pr"
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