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Entre tanto, Mendinueta, de acuerdo con las consignas recibidas de Madrid, puso a buen recaudo a Nariño, si bien no se especifica el lugar de su confinamiento. Dícese que en una cárcel militar o en un cuartel, Esta hipótesis se me antoja extraña, puesto que ya en 1795 había adver- tido la real audiencia que no podía estimarse arresto ade- cuado el de los cuarteles, «por los enlaces de algunos mi- litares patricios y parientes de los reos y por el recelo de que con sus conversaciones se corrompiese la tropa». Metió en cambio en las cárceles de Santa Fe al agente fiscal don Josef Recaurte, complicado en la misma sedi- ción, y a don Manuel Vicente Prieto, «por haber regado en la provincia de Tunja las sediciosas máximas que com- prenden las tres copias que acompañaba de los versos que compuso a este intento». Como esta misma fue la causa del descontento adu- cida por Nariño, invitóle el virrey a que propusiera los medios y arbitrios de que podía valerse el gobierno para facilitar el remedio de tantos daños que, a su parecer, traían angustiada a la población. Y el prócer bogotano no se perdió en cavilaciones. Propuso que se sustituyera el laberinto tributario existente por un sistema de capitación; que cesaran las actividades menos útiles, por una más racional explotación de las riquísimas venas metálicas de Nueva Granada, abandonadas por la incuria de sus habi- tantes y por la inercia y desidia de las utoridades guberna- tivas; y que el pueblo se dedicara al cultivo de los pro- ductos más rentables como exportación y consumo. Clama- ba contra las deficiencias legislativas y contra los abusos de la administración (achaque común a todo sedicioso); y se querellaba de la falta de un código penal actualizado para los dominios americanos. Ni a Mendinueta ni al propio consejo de Indias pare- cieron desatinadas aquellas proposiciones; más por el momento se creyó oportuno relegar cualquier innovación. Entre tanto iban llegando a Mendinueta otras noticias de conjuras. Su confidente, don Manuel González, enviado a Jamaica en comisión secreta, había recogido nuevos pas- quines levantiscos, con propuestas hechas al inglés por el corregidor de Zipaquirá, don Pedro Fermín de Vargas. Y el propio Nariño le había denunciado, que a tenor de ciertas cartas anónimas recibidas de la Península, don José Caro estaba tramando con los mismos ingleses la entrega del Perú. Se requería extrema habilidad para estar al quite y ca- ear cualquier nueva embestida en un momento en que os conjurados pululaban entre los mismos cabildos secula- res, que, en hecho de verdad, ejercían el gobierno directo de los centros urbanos. Hasta en el convento capuchino de Santa Fe se habían hallado varios ejemplares del pasquín de Nariño, más otros libros y folletos que se consideraron subversivos, en la celda del padre fray Andrés Jijona. Por estar en guerra rota con Inglaterra no concedió el virrey libertad a Nariño, aunque no le fuera fácil resol- verse a creer «en tan críticas circunstancias si sus ideas son efecto de fidelidad o de necesidad». Mas cuando se calmaron los temores del público y aquel episodio de hon- rados conspiradores pareció resolverse en simple floreteo de humanitaria diplomacia, pudo Nariño recobrar su liber. tad y regresar a su casa y hacienda. Con el inepto y orgulloso Amar y Borbón, sucesor de Mendinueta, y por la codicia de la virreina, doña Francisca de Villanueva, encrespáronse de nuevo los ánimos y Nariño a

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