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rece le dejara desahuciado, aunque tampoco nos cons- tan sus ofrecimientos. Embarcó Nariño en Burdeos, bajo pabellón de nuestro aliado el francés, y se presentó en Maracaibo (año de 1797). Desafiando no pocos riesgos policíacos, cruzó valles inhóspitos, sierras bravías, ciénagas infectas, y se presentó, en hábito de fraile, al arzobispo de Santa Fe, don Jaime Martínez Compañón, que le brindó alojamiento. No hay por qué silenciar que desde Madrid se habían cursado órdenes perentorias al virrey, al arzobispo y a la real audiencia, sobre los fugitivos. El regreso de Nariño provocó alarma en los ánimos recelosos de nuevas alteraciones y júbilo mal disimulado en los «emboscados». El arzobispo, navarro de nacimiento y neogranadino por el afecto de sus diocesanos, comunicó a Mendinueta que Nariño estaba presto a sincerarse y hasta a denunciar a los otros conspiradores, si se le garan- tizaba la libertad e integridad de su persona. Y Mendinueta no solamente se mostró complacido en darle audiencia, sino que hasta para evitar «la inútil multiplicación de declaraciones, prisiones E confesiones», se reservó para sí el conocimiento directo de la causa, «separándose del orden forense, de las causas criminales» (Carta de Mendinueta al Consejo de Indias). Se había propuesto —confiesa el mismo virrey— no apelar a otros medios judiciales que los precisos para conservar la tranquilidad pública, Formuló el virrey a Nariño un largo interrogatorio sobre sus andanzas, cómplices, contubernios indígenas y extra- territoriales, Y Nariño respondió ampliamente a cuanto se le preguntaba, aunque se dice que no acusó a ninguno que pudiera padecer por sus declaraciones. Lo que como válido y más apremiante dedujo Mendi- nueta fue que no faltaban connivencias con los ingleses, «a fin de ejecutar una invasión para favorecer sus intentos». Y la urgencia de refuerzos militares. El ministro de la guerra, en su respuesta al de estado (28 de enero de 1798) manifestóle que era indispensable la remisión de tropa a Santa Fe, como solicitaba su virrey, Pero los asuntos penin- sulares se fueron complicando; y los sucesivos aplaza- mientos en el envío precipitaron el desenlace. y). Ú ( 220 5 4 %

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