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la Nueva, de 14 de enero de 1789. Creó en Nueva España, de acuerdo con el nuevo virrey, don Manuel Antonio Flo- res, los regimientos llamados Nueva España, México y Puebla y reorganizó nuevos cuerpos de micilias provinciales y urbanas. Cuando, tras los diversos avatares ya referidos, de la guerra con Francia, fue promovido Mendinueta al virrei- nato de Nueva Granada, hubo luego de hacer frente a dos raves amenazas contra nuestros dominios norteandinos: a escuadra inglesa se había apoderado, en agosto de 1797, de la isla de Trinidad; por las mismas fechas, un temido revolucionario, don Antonio Nariño, había regresado clan- destinamente a Santa Fe. Para conjurar la primera amenaza, un asalto del inglés, reclamó Mendinueta insistentemente el apoyo de la metró- poli; pero se le respondió desde el consejo de Indias que se estaba estudia el modo de coordinar las fuerzas acantonadas en Cartagena, La Habana y Nueva España, para una acción conjunta, porque de Europa eran cortos los auxilios que se le podrían proporcionar; «pues el mal ha acudido y por desgracia estamos también contagiados». Para burlar el segundo peligro, el de los presuntos cons- piradores capitaneados por Nariño, bastábale su diplomacia personal, aun a trueque de jugarse el puesto por no obe- ger aunque las acatara, ciertas consignas derivadas de a corte. Era don Antonio Nariño un acaudalado prócer santa- fereño, amigo antaño de ambas jerarquías, la civil y la eclesiástica. Eso no obstante, el virrey Ezpeleta se había visto obligado a ponerle en arresto y expedirlo a España, con otros conmilitones, en partida de registro. ¿Por qué? El año 1794 se habían difundido por la ciu- dad de Santa Fe diversos pasquines subversivos, impreg- nados del espíritu revolucionario francés. Ninguno de ellos tan restallante como la «Declaración de los derechos del hombre», aprobada por la Asamblea Constituyente; y tra- ducida del francés, impresa a su costa, y difundida clan- destinamente, por don Antonio Nariño y su comparsa. La «Imprenta Patriótica» de que se sirvió para aquellos pas- quines estaba montada en los bajos del domicilio del Dr. Rieux, médico francés. Aquellos principios de liber- tad, de igualdad política, de soberanía nacional, se interpre- taron como demoledor y rudo ariete de lo más sagrado. Mendinueta comentará en estos términos aquel pródromos ; «La introducción de libros y papeles públicos, pa por perniciosos a la religión y al Estado, su ectura mal digerida, ciertas máximas lisonjeras, no bien entendidas; un fanatismo filosófico y más que todo, un espíritu de novelería, pudieron trastornar algunas pocas cabezas, hazerlas adoptar varias especies que profirieron indiscretamente como propias y de aquí tomaron su ori- gen las novedades ocurridas en esta capital el año de 1794», Al desembarcar Nariño en Cádiz, logró zafarse de sus guardianes, se refugió en casa de unos amigos, tal vez sus consignatarios comerciales, y hasta halló manera de presentarse en la Villa y Corte, Tampoco aquí le faltaron valedores que, con pasaporte falso, le condujeron hasta la frontera. En Francia conversó con Tallien y en Inglaterra con Pitt. Francia, decapitado Robespierre, ensayaba con nuevos ritmos de guillotina su reacción termidoriana, Quizá era aún demasiado espesa la atmósfera humeante de san- gre para otear los horizontes de Nariño. Inglaterra no pa-
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