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confianza, promovieron el contrabando, arruinando gran nú- mero de fábricas en las costas americanas, en donde nizaron el fraude, corrompieron a los neutrales y prepara- ron sus planes de usurpación comercial en ambos hemis- ferios. Fuimos sus aliados; pero a espaldas nuestras y con grave perjuicio de nuestros intereses, estipularon con Amé. rica del Norte el tratado de 24 de noviembre de 1794. Fuimos sus aliados... pero Inglaterra prefirió al honor y a la fe de la alianza, la mezquina apropiación de un navío y de un rico cargamento». El corsario francés Dumoriez abía apresado nuestro galeón «Santiago», procedente de Lima, con valores estimados en 96 millones de reales. Los ingleses lograron arrebatárselo; pero en vez de entregarlo, a tenor de lo que, en nombre de España y de Inglaterra, habían estipulado Godoy y el almirante Saint-Helens, lo decomisaron descaradamente en su exclusivo provecho. El 7 de octubre de 1796 firmaba Carlos IV el «manifiesto contra la Inglaterra», después de haber concertado con la República francesa el tratado de San lldefonso (18 de agosto de 1796), cuyo artículo XVIll era una auténtica declara- ción de guerra contra los ingleses por la España incauta. Aunque Mendinueta tome el mando virreinal de Nueva Granada el 2 de enero de 1797, en guerra rota con Ingla- terra, la real cédula de su nombramiento había sido ex- pedida desde San Lorenzo el Real, a 1. de enero de 1796, antes de que se iniciaran las hostilidades. Sucedía a otro navarro, don José de Ezpeleta, relevado del cargo por haber cumplido el tiempo previsto, y en sus- titución del marqués de Casares que acababa de fallecer. Don Pedro de Mendinueta y Múzquiz no solamente era un prestigioso militar, sino un experto en cuestiones ame- ricanas. Dos veces había cruzado el Atlántico rumbo a las Indias: en 1763, a las órdenes del conde de O'Reilly, como ayudante graduado de capitán en el estado mayor del ejér- cito de América; permaneció en la isla de Cuba hasta 1765. En Pueblo Nuevo, «una de las 4 villas de la isla», estableció su centro de investigación, a tenor de las ins- trucciones reservadas que se le habían dado. Reconoció amplias zonas del país, adquirió valiosas noticias y con ellas formó un padrón general, merced al cual pudo levan- tarse un batallón de milicias blancas y algunas compañías de pardos y de morenos, que por mucho tiempo contribuye- ron a la ici de aquellos dominios. Cicatrizadas sus heridas, tras el infortunio de Argel, embarcó Mendinueta en Cádiz el 1. de enero de 1782, con el grado de coronel del inmemorial del rey, para unirse al ejército de operaciones de Bernardo Gálvez. Este presti- gioso militar, valiente hasta la temeridad, estaba empeñado en fiera lucha con el inglés por la defensa de La Florida y La Luisiana. Arribó Mendinueta al Guárico el 12 de fe- brero y se le confió el mando de los voluntarios de Gálvez. Al frente de 500 hombres partió el 2 de noviembre en socorro de la isla de Puerto Rico; aquí permaneció de guarnición hasta incorporarse en La Habana, el 8 de mayo de 1783, al cuerpo de ejército a que pertenecía su des- tacamento. En 1785 le confiere S. M. la inspección general de todas las tropas del virreinato de Nueva España, con retención del cargo en su regimiento, y la calidad de cabo subalterno del virrey, esto es, de primera autoridad militar después del propio virrey, que era a la sazón el capitán general don Bernardo de Gálvez. Se mantuvo en di destino hasta su ascenso a mariscal de campo en el ejército de Castilla aña SE is

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