BCCCAP00000000000000000001748

Simón de Dolarea, secretario del virreinato; Tomás de Jáu- regui, hijo del virrey, experto en política indiana desde sus campañas con Ambrosio Higgins. Otros dos navarros, don Juan Miguel de Azanza, natural de Aoiz y don José de Yturrigaray, natural de Pamplona y oriundo de !rurita, se sucedieron en el virreinato de Nueva España, cuando entre Godoy, Napoleón y el príncipe de Asturias se es- taban jugando la España vieja. Astros de primera magnitud en aquella constelación navarro-americana del siglo XVIII fueron también don Mar- tín de Aróztegui, natural de Aranaz, director de la Compañía de comercio de La Habana (1740-1752); don Francisco de Olaechea, gobernador de Costa Rica (a. 1739); el animoso Garaicoechea, apresador de buques enemigos, con su pa- tente de corso (1742-45). De ascendencia baztanesa, aun- que naciera en Lima, fue don José Manuel de Goyeneche, primer conde de G i, defensor, con Gravina, de la ciudad de Cádiz contra los ingleses; y de familia tafallesa, aunque nacido en Nueva España, don Juan José de Vértiz segundo virrey de Buenos Aires por los mismos días y con los mismos problemas que don Agustín de Jáuregui. Emulos de Marte y de Mercurio fueron a lo largo de aquel siglo XVIIl desde Vera Cruz a Chiloé varios otros na- varros, entre los que destacan los Elizalde, Iturralde, Iriarte, Aramburu, Michelena, Irazoqui, Yoldi, Aldecoa. Parece que el demonio (genio) de la jurisprudencia, trampolín buro- crático, no tentaba a los navarros. AURAS AUTONOMISTAS Si por el relieve político que había alcanzado don Juan Miguel de Azanza, su destino a Nueva España suele inter- pretarse como acto displicente de Godoy (apenas si se mantuvo un par de años Azanza en su nuevo cargo), la misión virreinal de Mendinueta fue prueba evidente de la confianza que le merecía este soldado ejemplar. El pro- pio Mendinueta apunta en su «Relación de mando» la circunstancia especial de habérsele promovido al virreinato de Nueva Granada cuando su majestad católica acababa de declarar la guerra a su majestad británica. Nuestro pacto de familia pareció segado con la cabeza de Luis XVI. Y España buscó nuevas alianzas, circunstan- ciales y no muy convincentes. Las anudó con Inglaterra por simples razones negativas: oponerse a la revolución francesa. Ciertas arbitrariedades británicas en su gabinete mb y en sus naves de corso irritaron a nuestros go- ernantes que, por el honor nacional, rompieron sus com- promisos. Godoy trata de justificar aquella reversión de alianzas como reacción obligada. Pero Godoy había perdido el gobernalle. España en sus manos era navío al garete. Fluctuaba su política al empuje de ciertas ambiciones di- násticas de la casa reinante, al embate de muchas intrigas de sus émulos y a la presión creciente que venía ejer- ciendo el Directorio desde la paz de Basilea. La tesis neutralista de Jovellanos pudo considerarse norma ideal; pero, ¿era acaso viable en aquellas circunstancias? Explica el duque de Alcudia su rompimiento con Ingla- terra: «Fuimos sus aliados, y aprovechando nuestra paz y e A

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz