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1777) los gobiernos de Cumaná, Guayana, y Maracaibo y las islas de Trinidad y Margarita, que en lo judicial dependerán de Santo Domingo. El historiador sudamericano, Giraldo Jaramillo, que blicó la sección económica de las «Relaciones de mando» de aquellos virreyes de Nueva Granada, no puede menos de elogiar, con honradez y entusiasmo, la obra política, cultural y social de aquel medio siglo de abnegados y certeros gobernantes. Las grandes figuras de la indepen- dencia, «Miranda, Nariño, Bolívar y Santander, Sucre, Cór- doba, Páez y Rondón, no son como se ha dicho, los padres de la patria —porque la patria se forja en el siglo XVIll— sino más exactamente los hijos de la patria, que supieron defenderla y libertarla...» (G. Jaramillo). Y de esos forjadores de la patria colombiana, cuatro fueron navarros: los virreyes don Sebastián Eslava; don Manuel de Guirior (véase n.* 143 de la presente Colección), pacificador de los indios y eficaz promotor de la cultura; don José de Ezpeleta, cuyo gobierno «señala un cambio subs- tancial de las costumbres coloniales, de insospechadas repercusiones»; fundador del periodismo nacional y pa- trocinador de las «tertulias eutrapélicas». Y don Pedro Mendinueta y Múzquiz, «espíritu ilustrado, liberal, progre- sista», cuya actuación elogian de consuno cronistas e his- toriadores neogranadinos. Don Manuel de Guirior continuó su obra virreinal en el Perú, cuya aristocracia criolla le rindió pleitesía de admi- ración y de cordial afecto. Por las intrigas del leguleyo José Antonio de Areche fue relevado del mando. Sucedióle en el gobierno de Lima otro navarro, baztanés, don Agustín de Jáuregui (véase n” 95 de la presente Colección), al que correspondió la ardua y enojosa empresa de domi- nar la estremecedora rebelión Tupac Amaru. Con él cola- boraron, en misión civilizadora, sus paisanos fray Miguel de Pamplona, obispo de Arequipa y hermano mayor del pri- mer conde del Asalto (n. 147 de la presente Colección);

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