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Casal y conde de Jimera. Aunque no hemos hallado tal nombre en los libros parroquiales de Elizondo, parece evidente que se trata de un hermano de don Pedro. LA HORA AMERICANA DE NAVARRA Por razones políticas, sociales, culturales y económicas, creyóse a principios del siglo XVII! llegado el momento de aliviar al virrey del Perú de una parte de responsabilidad territorial en el gobierno de aquellas inmensas regiones que se extendían desde Panamá a la Tierra de Fuego. Y por su real cédula de 29 de mayo de 1717 erigió Felipe V en virreinato aquella real audiencia de Nueva Granada, que comp endía las provincias de Santa Fe, Cartagena, Santa Marta, Maracaibo, Caracas, Antioquía, Guayanas, Popayán y San Francisco de Quito. Al nuevo virrey se adjudicaban os mismos honores y prerrogativas que a los de Lima y Nueva España, con los cargos de gobernador y capitán ge- neral, presidente de la real audiencia y superintendente general de hacienda. Una región tan fecunda en poblados aborígenes aún no reducidos (fue teatro de la bravura y dura codicia del baztanés Pedro de Ursúa, n”* 67 de esta colección); una comarca tan rica en metales preciosos, perlas, maderas finas, ganado, cacao y quina y de tan dispersa economía por la multiplicidad de reales cajas, parecía reclamar la atención directa de aquella institución que en nuestros dominios americanos solía denominarse «superior gobierno», representante directo del monarca español. Pero ese primer virreinato de Nueva Granada feneció con don Jorge Villalonga, que ejerció el cargo desde 27 de noviembre de 1719 a 17 de mayo de 1724; y que, en su incompetencia gubernativa, tuvo la destreza y hasta la desfachatez de convencer al consejo de Indias de la super- fluidad de tan complicado aparato administrativo. Con los años vino a aflorar lo engañoso de su dicta- men. Las habituales quejas a la metrópoli por desatenciones de gobierno comenzaron a cobrar más vivos acentos y pro- vocaron mayor número de recursos y apelaciones; la si- tuación internacional, principalmente por el corso y el con- trabando de ciertas potencias occidentales, reclamaba una más eficaz vigilancia de las costas del Caribe. Y el consejo de Indias consultó a S. M. la necesidad imperiosa de restablecer el cargo virreinal en la real audien- cia de Nueva Granada. Fue primer virrey de este segundo período el navarro don Sebastián de Eslava (1740-1748), que, con los marinos Blas de Lezo y Rodrigo de Torres, organizó la victoriosa defensa de Cartagena (1741) contra el presuntuoso almirante Vernon. La superioridad inglesa en hombres y en armas era tan notoria que Vernon antes de iniciar el asalto, había mandado fundir medallas con- memorativas de su triunfo. Pero el alguacil salió alguaci- lado sus medallas victoriosas, chatarra de vergonzoso descalabro. La corte, en un nuevo destello de realismo político, desgajó de aquel virreinato, por R. O. de 12 de febrero de 1742, el gobierno y capitanía general de Venezuela, a la que se agregaron posteriormente (8 de septiembre de
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