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de Sanzberro, Olea y Miranda, iban recorriendo las depen- dencias claustrales con el comisionado secuestrador, don Martín de lIrezaburu, hallaron tan pocas cosas que inven- tariar, que a duras penas lograron convencerle de su mi- seria restallante. Ajuar de la celda de don Bartolomé Jusué, ex abad ausente: tres sillas, una alacena pequeña, una mesa y un carretón o catre. Celda de don Juan José de Irigoyen: una mesa y dos sillas, «y aunque hay una cama con su ropa, declaran todos los concurrentes ser suya» y no del mo- nasterio. Celda de la hospedería: una mesa, dos sillas, dos carretones con sus camas, dos orinales y una pe- garra o cántaro de barro. Parece que estaba mejor surtido el canónigo don Antonio de Arrózpide, por mucho tiempo administrador de la herrería vieja. En su vivienda hallaron una cocina pequeña con su banco de picar carne, tres ollas, una sopera, un candil un jarro de barro, dos bote- llas y una chocolatera de barro. Cuando las Cortes revolucionarias de 25 de octubre de 1820 redujeron a ocho las casas de religiosos en la pe- nínsula, dirigió don Juan Antonio de Echeberz, abad de Urdax, al llamado «Gefe Superior político interino de Na- varra», Pedro Clemente de Ligués, un ponderado elogio sobre la vieja solera de su monasterio: la portentosísima imagen del Salvador en su admirable misterio de la As- censión», y la abnegada y necesaria labor pastoral de sus canónigos premonstratenses» entre los fieles de aquende y allende los Pirineos. Pero el convento de Urdax no halló gracia ante la revolución liberal. Nutrido de candidatos coterráneos, se resiste a morir. «Hoi, junio de 1823, con- tando con Morón, beneficiado de Elizondo, Olaso, rector de San Esteban, y Arróspide, ausente en América, cuenta de individuos hasta 16, más un novicio que cuenta cuatro años». El 24 de septiembre de 1841 se firma un acuerdo sobre institución de hipotecas especiales «para la seguridad de un censo de 2.500 ducados debidos al valle de Baztán por el suprimido monasterio de Urdax». Y el 14 de Octubre de 1847, en las facerías que concierta el valle de Baztán con Ainhoa, Itxassou y la villa de Urdax, interviene como otorgante don Joaquín Fagoaga, propietario del convento de Urdax y sus derechos. En la que se celebra al nuevo estilo, impuesto por el gobierno central, el 16 de octubre de 1860, hace acto de presencia don Fermín de Gúrpide, vecino de Urdax, como administrador de los bienes perte- necientes a los herederos del difunto don Francisco de Echaide, que «fueron del suprimido monasterio de San Salvador de Urdax». Aquel vetusto bastión de religiosidad y de pujante se- ñorío había quedado definitivamente municipalizado y ab- sorbido por sus herederos forzosos, la actual villa de Ur- dax y el lugar de Zugarramurdi,

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