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capones, diciéndole que, pues su vaca se había comido en el monasterio, comiese aquellos capones». Sorprendido el abad de la valentía de aquella mujer, mandó entregarle una becerra y la piel de su vaca. Los guardas y jurados de Baztán procuraron resarcirse por su cuenta; pero, cuando apresaron cien vacas de Añoa dentro del término monacal, tuvieron que devolverlas. El Real Consejo dio por válidas las declaraciones de los tes- tigos: los monjes de Urdax habían ejercido derecho de propiedad inmemorial e indiscutida en las tierras que se extendían «desde Echardi-Binarri-Urdiela hasta Arri-Urdi- ñeta; y desde a Chirripa y dende río abaxo, hasta la er- mita de la advocación de San Esteban, hasta los términos de Añoa y Sara, en las tierras de Labort». Pero más que los trallazos esporádicos que unos y otros se venían propinando, lo que afectó a los vecinos bazta- neses fue la temerosa organización ganadera en los bus- tos de Animelia, Michelia y Gorrelia, a que se acogían las reses del monasterio, las de tierra de Labort y de Vascos (Baja Navarra), las del valle de Ulzama, Roncesvalles y Velate en invierno, y las de Baztán en tiempo de guerra, por tener el monasterio salvaguarda con los franceses. Durante las guerras de Carlos V y de Francisco |, se lle- varon los labortanos ochenta vacas preñadas, propiedad de los baztaneses y acogidas al busto de Gorrelia. El abad Pedro de Orbara acudió al gobernador de Bayona, logrando cobrarlas sin pago de rescate, porque estaban «aquéllas en encomienda y cargo del monasterio en el dicho su busto», La importancia de aquellas dulas puede barruntarse por sus mayorales: Juangote de Elizondo, escribano público, y su hijo Juan de Burgues, también escribano; Pedro de Osanayz, dueño de la casa de Osanayz en Arizcun; los due- ños del palacio de Aniz; Juanicot el colector, de la casa de Yárbil-Echeniquea de Errazu, etc. Los mayorales, a fuer de arrendatarios, solían pagar cada año al monasterio cien- to un florines, o el equivalente en «francos de Francia», y entregarle de veinticuatro a treinta y seis libras de man- teca, cincuenta y dos libras de queso mantecado en el invierno, y algunas otras de queso común en el verano, Los guardas y jurados del valle y del monasterio nunca conocieron la paz, continuándose los apresamientos de
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