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las administren uno de éstos, dándoles lo necesario y proveyendo al abad de lo que sobrare, debiéndose con- tentar éste con una moderada provisión, «atento que ha recibido y recogido casi todas las rentas del monasterio». Las rentas de Garzáin y Arráyoz, unos 120 ducados, se destinaron para la fábrica de la iglesia y convento; el quinto se reservó al abad Pedro de Orbara en razón de su perlesía, y el resto para sustento y hábitos de los monjes. Pero como ese abad estaba aquejado de otra perlesía, no extraña en quien venía manejando tan cuantiosas ren- tas a su antojo, se le ordenó que, en término de tres días, se recogiera «a su casa e iglesia del lugar de Eli- zondo... y no vuelva a pasar el puerto (de Maya) ni vaya al dicho monasterio de San Salvador de Urdax, hasta que otra cosa sea proveído por el Duque de Maqueda», virrey de Navarra. Dióse esta provisión en Pamplona, a Y de enero de 1551, firmada por el hospitalero y juez reforma- dor, Aguirre, y el notario Polo. El 16 de febrero de 1551 se presentó en el monaste- rio el alguacil Pedro de Andosilla, haciendo el secuestro de todas sus rentas para confiarlas a fray Pedro de Me- diondoa, provisor nombrado por el licenciado Aguirre. El confinamiento de Pedro de Orbara apenas duró unos meses. No en vano era procurador a Cortes. Desde 1552 intervino celosamente en defensa del señorío monacal frente a los «collazos» de Urdax, que intentaron sacudír- selo cuando pareció bambolear el monasterio. Heunidos en capítulo los monjes el mismo día de su fallecimiento, decidieron acabar con los abades perpetuos y proclamaron por trienal a fray Domingo de Labandívar, «como lo son en la provincia de Castilla los monasterios reformados de su orden». Solicitaron confirmación del nom- bramiento, mediante el subprior fray Juan de Garbalda, de sus vicarios generales, los abades de la Caridad y de Retuerta. Enterado el principe don Felipe, gobernador de los rei- nos de España, de las rentas, naturaleza y elección de Urdax, despachó real cédula, nombrando abad perpetuo al canónigo electo de Pamplona, don Miguel de Goñi. Más nefasto que los últimos comendatarios por sus arbitrarie- dades y depredaciones, merece la pena leerse lo que sobre su gobierno escribió Goñi Gaztambide en «Hispania Sacra». No se amedrentaron los premonstratenses. Fray Juan de Garbalda, campeón de la reforma cuando los abades Orbara, no temerá enfrentarse con los mismos tribunales del rey. Frente a la tesis regalista que juzgaba lesionado el derecho de patronato con la elección trienal, porfió Garbalda que el monasterio jamás había sido ni era de real patronato, y que, a tenor de sus constituciones, so- lamente a ellos competía elegir su abad, como lo habían hecho en persona de probada piedad y ciencia y natural de estos reinos, porque vascongado dekía ser el supe- rior, donde lo eran los más de sus súbditos. La polémica duró desde 1554 a 15 de diciembre de 1561, en que el Consejo de Castilla anuló la provisión abacial de don Miguel de Goñi. En compensación por sus desafueros, el rey le nombró abad de La Oliva, con apro- bación del papa Pío IV (1 de noviembre de 1563). No terminaron con esto las aflicciones del monasterio de Urdax, pues tuvieron que aguantar la brutal incorpo- ración a la orden jerónima, llevada a cabo por estos re- ligiosos. Felipe 1l, informado de la conducta irregular de algunos miembros del Prémontré, había conseguido el e
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