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cos de sobreaño engordados los que tuvieren ocho puer- cos; y los que tuvieren de ahí en baxo, al respecto de ocho uno. Con esto, que aunque tengan más de cada ocho puercos, no sean obligados a pagar más de sendos». Cuando el monasterio envíe sus trasquiladores, deberán manifestar las ovejas, carneros y corderos que tuvieren, «y entregarles enteramente la lana de todo el dicho ga- nado. Y a que, siendo requeridos, vayan sendos hombres de las casas de los defendientes, a las labores siguientes del dicho monesterio: escardar, segar los panes y fel- guerales, y envasar las manzanas, con que no sean lla- mados a las labores sobredichas sino tres veces en cada un año». El periplo decimador de los gallineros solía iniciarse con los primeros días del adviento. No se admitía dinero en cambio, sino prendas, tales como el «avantal de usteda o sarga» que entregó la dueña de Michelena, o la «cal- derilla de alambre» que tuvo que depositar la de Machi- nena, hasta que llevó su gallina para el antruejo o car- nestolendas de los canónigos. Los criados que hacían la cuestación, solían llevar las aves colgadas en un palo, y decían: Indacu combentuaren ochal olloa, que se interpreta como: «Dadme una gallina para el convento», o bien: «Indazue fraylen olloa», «Indacue echa olloa», equivalente a «Denme la gallina de los frailes; Denme la gallina de casa». Para las servidumbres personales o facenderas, los ve- cinos de Urdax eran convocados por un religioso desde el altar, durante la misa mayor. Cuando la recogida del he- lecho (felguerales), el monasterio les daba la comida de mediodía, y dos libras de pan por la noche. Si se les empleaba en cavar los imnanzanales del monasterio o en majar las manzanas, mejoraba la pitanza: «A la mañana, pan, queso y sidra. A mediodía, alguna cosa de carne y sidra. Y a la noche, cuando se retiraban, a cada uno a cosa de libra y media de pan, como el que se usa entre criados en semejantes labores. Y no se les daba jornal alguno». Juanes Quirquir, hijo de aquellos Quirquirrena que perdieron la finca en sus discordias con el monasterio, certifica que los bordeantes no eran «personas pobres, sino labradores que, con su trabajo y administración lo pa- saban medianamente, según las posibilidades de la mon- taña» (Declaraciones de 14 de mayo de 1661). EL TRIBUNAL DEL ABAD El alcalde de la Corte Mayor de Navarra había recono- cido la jurisdicción mediana y baja que el abad tenía sobre los vecinos de Zugarramurdi, limitando este dere- cho señorial con la libre apelación a la real cancillería. Cuando en 1526, aprovechando una vacante de abad, el alcalde de Baztán se atrevió a «enviar a su baile a hacer cierta execución al dicho lugar de Zugarramurdi», el con- vento le denunció por atropello de jurisdicción, recurrien- do a la suprema autoridad, Y el emperador don Carlos y doña Juana, su madre, encomendaron al escribano Antón de Ugarte la averiguación de los hechos mediante examen secreto de testigos. ños

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