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$ Si adoptan por un lado los principios de la constitución de Bayona, muy oportunos en la mayor parte de su articulado como democracia germinal, defienden por otro con valentía la integridad territorial española y se esfuerzan por evitar la eman- cipación americana. Vieron aquellos ministros del rey intruso en las diversas juntas provinciales, con sus partidas de voluntarios sin ley y sin fuero, la hidra de la anarquía, que solamente un poder consti- tuido sería capaz de descabezar en bien de la tierra hispana. Desde la convención de Bayona proclaman los notables de la nobleza y del clero: «La anarquía es el mayor azote que Dios envía a los pueblos». ¿Se equivocaron? ¿Fueron antipatriotas? Actúan o pretenden actuar como mediadores no como colabo- radores del emperador. Y reconocen y juran fidelidad a Fer- nando VII, apenas reentronizado en el año de 1814, por consi- derarle encarnación del bien patrio. Dos últimas pinceladas al retrato de Azanza: calificóle su mujer de «el más cariñoso y el mejor de los maridos». Y descalificóle la historia eclesiástica por cierto snobismo inad- misible en sus fastos. Fue congregante de San Fermín de los navarros (1787) y su viceprefecto (1796). Durante su mandato virreinal modificó el reglamento de inválidos de su predecesor Branciforte por favorecer a la clase de tropa y por mejorar, de 15 a 25 pesos mensuales, el sueldo del capellán; y no tuvo inconveniente en rectificar un acuerdo del cabildo catredral para dotar de 700 pesos anuales (contra los 500 votados) a otro sacerdote, el de la nueva villa de La Candelaria. Pero cuando el rey José mandó suprimir todas las casas religiosas, tampoco tuvo escrúpulo en refrendar con su firma el decreto; ni en aprobar el despojo de «todas las alhajas de plata y oro encon- tradas en los conventos suprimidos y de las que pertenecían a iglesias catedrales, parroquiales y de monjas de todo el reino, dejando en ellas solamente los vasos sagrados indispensables para el culto». Intentó Azanza justificarse con la necesidad de acudir al ejército de ocupación y librar de extorsiones y rapiñas a pobladores y poblados. Le sirve de argumento ante el ministro de asuntos exteriores francés, duque de Cadore, para arrancarle una fuerte ayuda financiera. Y sirve a muchos otros de execra- ción, porque la llamada Logia o Consejo Supremo de Santa Julia, le tenía atrapado. PERFIL FAMILIAR Miguel José Domingo Silvestre de Azanza y Alegría, agre- gado en Nueva España, con el empleo de amanuense, a la visita general del prestigioso reformista don José de Gálvez, ni era criollo ni formaba parte de la comitiva llegada a México en agosto de 1765, con el ilustre comisionado regio. Había nacido en la villa de Aoiz, en Navarra (no en Acoiz ni en Aviz, contra lo que aún se lee en publicaciones recientes) y había cruzado el charco bajo la tutela de su tío don Martín José de Alegría y Egúés, casado con la pamplonesa doña Lorenza Yoldi. El dicho don Martín José pasaba a Veracruz como adminis- trador de rentas reales. Ignoro en qué fecha se trasladó a La Habana; pero el 20 de septiembre de 1778 firma, en su calidad de administrador de la compañía general de tabacos, una de- manda contra don Cornelio Copinget y contra don Juan Wil- mont; y opino que unos años antes (el documento no lleva fecha marcada) había presentado una proposición, a fuer de su administrador y apoderado, sobre las reclamaciones de los accionistas de dicha compañía, que después de haber prospe- rado bajo la dirección de otro navarro, don Martín de Aróstegui aa Aid

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