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| VIRREY DE NUEVA ESPAÑA rfOPEYA Juez: ¿Cuáles son los deseos de Azanza? Reo: La felicidad de España. Juez: ¿En qué se funda esa felicidad? Reo: En la unión de todos los españoles. No mentía el emisario Witt. «He podido errar —asegura Mi- guel José de Azanza a Fernando VIl- pero he obrado con la única mira del bien de mi patria, esto es, su independencia y su integridad». Ni entonces ni hoy aceptaron todos su interpretación del patriotismo; pero ni hoy ni entonces se le puedo probar ni se le probará bastardía de fines ni de medios. Alejandro Humboldt, que le conoció en Nueva España, des- grana elogios de su talento, de su tacto diplomático y de su don de gentes. Su temple, liberal y generoso, contrastaba con el talante, austero y legalista, de su introductor en la política, José de Gálvez, y con el infatuado engreimiento del favorito regio, duque de Alcudia. Llevóselo el marqués de la Torre desde la Habana a Madrid y a San Petersburgo, despidióle con lágrimas la población mexi- cana, y le llamó a su lado, tras el motín de Aranjuez, el principe de Asturias Fernando. Napoleón y José Bonaparte se lo atraje- ron como alfil de buen tablero y él se acomodó a las circunstan- cias con no menos fervor patriótico que toda la real familia española. Se le imputó aquella adhesión a delito, por afrance- sado, como a Urquijo, O'Farril, Mazarredo, el duque de San Carlos y tantos otros, que dieron por perdida la causa militar, se aterraron por la sangre, lágrimas y ruinas de una guerra abierta y se doblegaron, por mejor servicio de la causa nacional, a los «terminantes cargos y preceptos» de los soberanos españoles, deslumbrados por la estrella napoleónica. No todos procedieron con la honradez y lealtad del reducido grupo de políticos e intelectuales ilustrados. Logreros hubo que mudaron de escarapela al vaivén voltario de las armas; liberales que se agazaparon tras los guerrilleros, para levantar un monu- mento al invasor. El embajador La Forest se percató de que la fidelidad de Azanza y de sus compañeros de gobierno a José Bonaparte no tanto fue por afrancesados, como por conside- rarle rey de España, sucesor legítimo de los monarcas españo- les, ni tanto por obedecer a los dictados de Napoleón como por salvar el solar patrio; y que todo su empeño pujó en desuncir al soberano y al pueblo del rechinante carro imperial. dos

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