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El 21 de octubre daba por terminada su misión. Y no fue infructuosa, puesto que se logró una cierta flexibilidad en la rigidez napoleónica: por carta de 17 de noviembre comunica Champagny al embajador La Forest una cierta garantía de integridad territorial y de las prometidas subvenciones, a true- que de que el rey José, en avenencia con las cortes de Cádiz. consiga el mutuo reconocimiento de legitimidad política y la vigencia de la constitución de Bayona. Gesto tardio, y no por antagonismo doctrinal, ni tal vez dinástico, sino por la mayore- dad política de la isla de León. Como, pese a sus promesas, no variaba la conducta de Napoleón, ni la de sus mariscales, su hermano José, desmorali- zado, determina afrontar los problemas cara a cara; mas no osa moverse de territorio español sin su licencia. Por fin cuando Bréhier le anuncia el nacimiento del heredero imperial, delega su regencia en un consejo de ministros, cuyo presidente es Azanza. Se despide el 23 de abril (año 1811) y el 16 de mayo conferencia con Napoleón larga y tumultuosamente, por espa- cio de seis horas. Reclama José un freno a las demasías de sus mariscales en impuestos y confiscaciones y el acatamiento efectivo de su autoridad. Napoleón accede parcialmente a sus demandas y le promete medio millón de francos, como primera partida inmediata, y un millón mensual a partir de primero de julio. ¿Qué era aquello para enjugar una deuda mensual de doce millones? Se le concede el mando supremo de los ejérci- tos y hasta que pueda ordenar su repatriación cuando lo juzgue oportuno. El 15 de julio estaba José Bonaparte de regreso en Madrid. Entre tanto, su gobierno acéfalo había luchado por subsistir política y financieramente. Rebajó el precio del pan y aseguró el abastecimiento de la villa y corte. Desde la vuelta del intruso apenas pudo mejorar de sistema, porque la misma superviven- cia se puso en juego con los olvidos imperiales. Fue el año de 1811 enteramente calamitoso, tanto por los saqueos, de los que Masséna acusa a los otros mariscales, como por la creciente miseria de la población y la actuación independiente de Soult (Andalucia), del duque de Elchingen (norte), del duque de Ragusa (centro) y de Suchet (levante); el acoso británico (oeste) volvióse pujante y amenazador. Napo- león, que desespera con el caso español, se descuelga con un decreto (26 de enero de 1812), por el que divide el principado de Cataluña en cuatro departamentos, que anexiona a su imperio. Azanza, ministro de asuntos exteriores, protesta ante el embaja- dor La Forest, de palabra y por escrito, el día 12 de marzo, porque tan arbitrariamente se quebrantaban los compromisos; «ni su honor ni su conciencia le permitían dar su aquiescencia a ninguna desmembración ni explicita ni implícita» (O'Farril y Azanza, Memoria, p. 141). Ratifica el rey José que si se llevaba a cabo la desmembración y no se remediaba la acuciante miseria del pueblo español, su renuncia sería irrevocable. En febrero del mismo año 1812 se comunica al rey José su nombramiento como jefe de todas las armas, asesorado por el que lo era del estado mayor, mariscal Jourdan. Y se le encarece de nuevo la importancia de llegar a un acuerdo con las cortes de Cádiz. Pero ya ni Dorsenne, ni Soult, ni Suchet ni Masséna van a sujetarse a sus órdenes, ni los diputados gaditanos admi- tir parlamento, ni el propio José, anulado psiquicamente por el absolutismo precedente de su hermano, a sentirse con fuerzas para gobernar el timón de la nave hispana. Ha entrado en un mar de vacilaciones, que ya no es capaz de vencer por sí mismo y que se resuelven en consultas al emperador, demasiado en- frascado en su campaña de Rusia para venir en su ayuda. El 22 de julio de 1812, Marmont, duque de Ragusa, es derrotado en 7% A RR AS AS DN A AA IO e > A AAA SN A ES A is e

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