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Desde agosto a noviembre duró su proceso. El fiscal cerró su informe con este apóstrofe: «Por fin, el numen tutelar de Yucatán ha corrido el negro velo que cubría la comisión de Juan Gustavo. Sí, ministros respetables del tribunal, las órdenes de Azanza estaban dirigidas a seducir y corromper a los jueces superiores». El comerciante que había denunciado a la JCSGA la partida de Witt hacia Nueva España había entregado asimismo copia de la clave de los mensajes de Azanza. El 12 de noviembre de 1810, y después de recibir los Santos Sacramentos, fue arcabuceado don Juan Gustavo Nordling Witt y sepultado en el cementerio de Mérida (Yucatán). Casi un año antes había encargado el virrey arzobispo, limo. Dr. Francisco Javier de Lizana y Beaumont (oficio de 4 de diciembre de 1809) a la real audiencia de Nueva España retirar el retrato de Azanza de la sala del real acuerdo y quemarlo secretamente en el mismo palacio. Replicáronle que no había pieza adecuada para tanto secreto (oficio de 9 de diciembre) y prefirieron entragarlo a $. E., para que dispusiera a su voluntad. Y en el palacio virreinal de Chapultepec continúa colgado. No mucho después de haber comisionado a los dos farautes para Nueva España, el propio ministro de Indias, Miguel José de Azanza, tuvo que desplazarse fuera de las fronteras peninsula- res, no a ultramar, sino a la capital imperial, París de Francia. El gran corso intentaba hacer realidad, por su decreto de 8 de febrero de 1810, un ambicioso proyecto que en marzo de 1808 había denunciado a la corte española su ministro plenipoten- ciario, Eugenio Izquierdo: la anexión de Portugal a España, cuando se conquistare, a cambio de las provincias septentrio- nales de la cuenca del Ebro: Cataluña, Aragón, Navarra y parece que hasta Vizcaya. En su gestión diplomática repuso Izquierdo a Talleyrand que nada aprovechaba Portugal a España sin sus colonias; y que la proyectada sujeción de pueblos tan forados al dominio extranjero chocaría con la oposición más cerrada. Y añadió: «No podré yo firmar la entrega de Navarra por no ser el objeto de execración de mis compatriotas, como sería si cons- tase que un navarro había firmado el tratado en que la entrega de Navarra a la Francia estaba estipulada». Nótese que Eugenio Izquierdo se dice navarro, y no zarago- zano como consta en tantas Historias de España. Cuando el general Dorsenne dio cuenta a la diputación, mediante el intendente Bessieres, de lo resuelto por Napoleón, diputados y consejeros del reino de Navara protestaron y recha- zaron aquella ignominia y recurrieron al rey José para que hiciera valer su repulsa. Como etapa preliminar para la integración estableció el em- perador Bonaparte los cuatro gobiernos político militares de Aragón, Cataluña, Navarra y Vizcaya, con total desprecio e independencia de la autoridad de su hermano y con plenas facultades de sus respectivos jefes y mariscales para el ejercicio de la justicia y de las finanzas, cuyo objetivo primordial se cifraba en mantener, mediante impuestos ordinarios y extraor- dinarios, las tropas de ocupación. Por sucesivos decretos esta- blece, en atención a la guerra peninsular, los gobiernos milita- res quinto y sexto, divide el reino en intendencias, organiza los ejércitos de Andalucia y de Portugal, y deja a merced de sus mariscales Suchet y Masséna la libre administración política y militar, sin más obligaciones con el titulado rey de la nación española, que las de cierta cortesía protocolaria. Los afrancesa- dos, que antes son españoles que imperiales, aprietan filas en torno al dinasta reinante, con el que forman piña por defender su independencia: no aceptan el desmembramiento nacional y están dispuestos a torpedear las injerencias del coloso en el co os AR OA pte rca PRA 07 al o Mi a o E A us A A A IOPERL
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