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jeros del rey José prefirieron anticipársele con hechos consu- mados que le obligaran a respetar, más que en su primera visita, el régimen político y la representación dinástica de su hermano. Baza importante parecieron los triunfos de Ciudad Rodrigo. Medellín y Ocaña. Organizóse la campaña de Andalucia. El día 8 de enero de 1810 abandonaba José Bonaparte el palacio real con sus ministros Azanza, O'Farril, Urquijo, doce consejeros y su servidumbre. Atravesaron sin apenas oposición el desfiladero de Despeñaperros; y desde el campo de Bailén desplegaron los ejércitos franceses en dirección de Jaén, Granada y Córdoba, a las órdenes de Sebastiani, Dessoles, Soult y Mortier. Tienen a gloria Azanza y O'Farril lo mismo que sus adversarios les impu- taron a traición: haber logrado, por sus buenos oficios media- neros, que Jaén, Córdoba, Granada y otras varias villas y ciuda- des les recibieran con agasajo y sin sangre y que la misma capital bética, sede de la nueva junta central, se rindiera sin asedio. Con lo que se ahorraron muchas muertes y no pocas destrucciones. Cádiz en cambio resistió a los halagos y a las amenazas. El consejo de regencia, que sustituye a la junta central ignominiosamente abolida y vejada, reorganiza la de- fensa con el mariscal de campo Francisco Copons, envía de embajador a Londres al duque de Alburquerque y prepara la convocatoria de cortes. Como los emisarios de las juntas pro- vinciales habían provocado cierto desconcierto en los dominios americanos, por su misma acefalia, tratan los regentes, a fuer de representación genuina de Fernando VII, de granjearse la con- fianza y de prevenirles contra los comisionados napoleónicos (Isla de León, 14 de abril de 1810). Azanza intenta ganarles por la mano. Durante sus correrías andaluzas, al flanco del intruso, dispone dos misiones sucesi- vas, ambas individuales. La primera encomendada al mexicano Manuel Rodríguez de Alemán y Peña, que, desde Norfolk (Esta- dos Unidos) llega a la Habana el 18 de julio de 1810, a bordo del bergantín español San Antonio. Demasiado tarde. El cónsul en Norfolk, don Antonio Argote Villalobos, había puesto sobre aviso al gobernador general de Cuba, marqués de Someruelos, que, después de comprobada la procedencia de sus papeles secretos, le mandó ahorcar el 30 del mismo mes de julio. Y dio parte al día siguiente a la audiencia de Nueva España. Poco después que Alemán, salía de Nueva York, rumbc a Yucatán, el danés Juan (o Emilio) Gustavo Nordling de Witt, descendiente del famoso patriota holandés, Juan o Hans Witt, aquél que pagó su heroismo en aras del triunfador Guillermo de Orange. Go- bernaba el Yucatán don Benito Pérez de Valdelomar, barcelo- nés, hijo de padre gallego y de madre andaluza. A principios de agosto de 1810 presentóse el caballero Witt en la goleta Buena Intención con un cargamento de maíz, mercancía oportuna por haber fallado aquel año las cosechas mexicanas. Recibióle el gobernador con muestras de agradecimiento y prodigó sus cortesías hasta invitarle a su mesa. En la euforia, no se detalla si de las libaciones o del acogedor recibimiento, dejó Witt tras- cender alguna intención diversa de la simplemente mercantil. intrigado el gobernador, apretó el interrogatorio. El huésped se deshizo en elogios del ministro Azanza por sus proyectos a todas luces ventajosos para los americanos. Mostró dos escritos suyos, firmado el uno en 17 de noviembre de 1809, en que comunicaba a los mexicanos su cargo ministerial de Indias; el otro, una real orden fechada el 18 de marzo de 1810, por la que se les ofrecía libertad agrícola e industrial, libre comercio entre los dominios y la metrópoli, igualdad legislativa y facultad de elegir un diputado por provincia, para las cortes a punto de convocarse. Completaba su carpeta con un ejemplar de la constitución de Bayona. nr Ein

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