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«Tan elevado y grande es el objeto que hoy nos reune en esta respetable Asamblea, convocada bajo los auspicios del héroe de nuestro siglo, el invicto Napoleón... Gracias y honor inmortal a este hombre extraordinario, que nos vuelve una patria que habiamos perdido... El primer uso que ha hecho de su nueva autoridad ha sido trasmitirla a su hermano José, principe justo y benéfico, que, elevado antes al trono de Nápoles, tiene ya dadas incontrastables pruebas por donde j¡uzguemos que su gobierno ha de ser suave, y únicamente dirigido al bien de los que tengan la dichosa suerte de vivir bajo su mando...» En doce sesiones, que se cerraron el día 30 de junio, que- daron aprobados por unanimidad los 146 articulos de la cons- titución de Bayona. El día 7 de julio la juraron, en manos del arzobispo de Burgos, primero el rey intruso y tras de él hasta un total de 91 diputados que la ratificaron con su firma. De ellos apenas 20 representaban al estado llano. Zaragoza, con sus 34 diputados provinciales reunidos en torno a Palafox, había des- pedido, caballerosa y negativamente, a la comisión especial que les enviara el emperador, como invitación al congreso y a la jura dinástica. Confiesa Azanza que se obró con precipitación en los deba- tes, porque se les había marcado un plazo de discusión impro- rrogable; pero que en aquella asamblea se hizo un servicio «el más patriótico y digno de todos los hombres bien intenciona- dos», al asegurarse a la nación la libertad y representatividad políticas. Con todo y parecerle ventajosa aquella constitución, no dejó de advertir a Napoleón que, para su legalidad y vigen- cia, deberían aprobarla unas cortes libremente convocadas y elegidas dentro del territorio nacional hispano. «El nuevo Soberano compuso su corte y servidumbre de los mismos sugetos que acababan de servir al señor Dn. Fernando Vil, como los duques del Infantado, de Frias, de Híjar, marqués de Ariza, principe de Castel-Franco conde de Fernán Núñez...» Confirmó a don Pedro Cevallos en el ministerio de estado, nombró para el de Indias a Miguel José de Azanza y al conde de Cabarrús para el de hacienda; en el de guerra continuó O'Farril y en el de marina José Mazarredo. Azanza rechazó el cordón de la Legión de honor, por incompatible con la ocupación de su patria por tropas francesas. El 20 de julio de 1808 llegaba José | con todos su cortejo a Madrid. El consejo de Castilla nególe el juramento. El 28 aban- donó jadeante la capital, por la noticia del triunfo de Castaños en Bailén. Por etapas llegó hasta Vitoria. De sus siete ministros le acompañaron cinco, entre ellos Mazarredo, O'Farril y Azanza. «Hasta la batalla de Bailén, la instalación del nuevo Soberano recibía en la corte todos los testimonios de adhesión y recono- cimiento que sirven a establecer la autoridad Real». Entonces vacilaron muchos, mas no porque mudara de naturaleza su partido político, sino «el estado de cosas». O'Farril y Azanza continuaron pensando, como desde un principio, en lo catas- trófico que había de resultar oponerse al ejército imperial. Y, en hecho de verdad, según les expresó el embajador La Forest, ninguna nación tuvo más profundas heridas que restañar des- pués de la contienda. Napoleón elogió la honradez, perspicacia y talento de Azanza en el «Monitor» de 25 de noviembre de 1808. Al pasar por Buitrago, camino del Ebro, Azanza y O'Farril, movidos por su amor patrio, elevaron un escrito al emperador para suplicarle que mantuviera a España al margen de los conflictos internacionales y con libertad para concertar las pa- ces y atender su política americana; y que pues venía desan- grándose durante 15 años con.su contribución pecuniaria al erario francés, hiciera efectivo el pago, tantas veces ofrecido, de q A A A A a d RA

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