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condujeron a Jamaica. Allá debieron de despojarle hasta de sus credenciales; por falta de ellas se opusieron los leguleyos, hasta que en ¡unta de acuerdo declaró la real audiencia que constaba de la legitimidad de su nombramiento a tenor del oficio llegado de la corte. Miguel José resignó el cargo en la villa de Guada- lupe, a 29 de abril de 1800. Desde Guadalupe, y antes de embarcar en la corbeta an- gloamericana Janer, marchó a Tacubaya, para contraer matri- monio con su prima, doña Josefa Alegría, hija de Martín José y viuda de don Francisco Pérez Soñánez, conde de Contramina y apoderado que fue del marqués de Branciforte en la lonja de contratación de empleos y mercedes. Ignoro cuál fue su des- cendencia; pero alguna hubieron de tener, puesto que el minis- tro de estado, Pedro Ceballos, en carta de 27 de abril de 1808, escribe desde Bayona a Miguel José Azanza, que no desampare a su mujer y a sus hijas, pues «v.md. que es padre, conocerá que en el actual momento son los clavos que más taladran mi corazón». Lo que ya resulta inadmisible es adjudicarles como prole aquella Carlota Azanza, apresada por el guerrillero Espoz y Mina el 9 de abril de 1812, cuando la segunda sorpresa de Arlabán. por ser tan talludita que estaba casada con Mr. Deslandes. secretario de José Bonaparte. Parece que el embajador La Forest menciona otro Azanza entre los consejeros del rey in- truso. Hasta el mes de diciembre de 1800 no pudo Miguel José desembarcar en la peninsula ibérica, por culpa de una fragata inglesa que lo condujo preso a Jamaica, de donde al cabo de meses le permitieron trasladarse a la Habana, en calidad de confinado. Entre tanto, Marquina procedió, según prescribian las leyes de Indias, a formarle juicio de residencia, que tuvo que dejar afianzado en nueve mil pesos y con apoderado que respondiera por las querellas. Los cargos principales procedieron de sus émulos, Borbón y Díaz de la Vega. Inconsistentes y de poca entidad; porque a todas luces se evidenciaba que si la renta de tabacos no alcanzó mayor prosperidad debióse sobre todo a la falta de papel, por cuyo rescate no sintió escrúpulo Azanza en comerciar con los ingleses de Belize y de Jamaica, nuestros enemigos en guerra abierta, si bien realizó sus operaciones por intermediarios. Tampoco estuvieron acertados en reprocharle su oposición al libre comercio de mercancias españolas con navíos neutrales, porque la masa beneficial refluía sobre los porteadores y sus agentes extranjeros, que aprovechaban el lance para introducir géneros de matute. Tuvo que plegarse a las reales órdenes que lo autorizaron, aunque no sin haber representado a las autori- dades metropolitanas que podía sustituirse ventajosamente por una mayor libertad comercial entre Nueva España y los puertos del Caribe y del mar del sur. Por real orden de 20 de abril de 1799 se le dio la razón, al derogarse la licencia de barcos neutrales. ' Azanza fomentó con singular empeño el comercio interior, con el empuje dado a su industria, principalmente textil y minera, con la mejora de rutas y con la reactivación de las ferias de Jalapa, Acapulco y Veracruz. Y sus resultados compensaron la adversidad financiera causada por la inseguridad de los mares. Azanza pudo cumplir los compromisos corrientes con la metrópoli y con las guarniciones adscritas al situado de Nueva España. Remitió a la peninsula 14 millones de pesos; a las islas de barlovento, al gobierno de Yucatán, a los presidios de Cara- cas y de Manila, 12.600.000; se pagó medio millón de créditos y quedó en las cajas reales un remanente de 6.100.000 pesos. e
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