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Por falta de recursos hubo de renunciar a su proyecto, que encarecidamente recomienda en su «Instrucción», de mejorar y ampliar la ruta México-Veracruz por Toluca. Puede calcularse la población de Nueva España por aquellas fechas en 6.500.000 habitantes, de los cuales unos 80.000 euro- peos, que con el millón y medio de criollos monopolizaban los cargos administrativos y los más importantes recursos econó- micos: proporcionalmente los europeos prevalecian sobre los españoles americanos. Otro millón y medio de mestizos, clase poco influyente por falta de cultura y de bienes, masa explosiva en un cambiante fortuito. Los indios, dedicados principalmente a la agricultura, viven en sus reducciones misionales, al margen del fluir político de la historia de Nueva España. Gentes de una y otra etnia, criollos y mestizos, en número no superior a veinte, parecen haber tramado una conjuración terrorista, que proyec- taba eliminar a todas las autoridades españolas, del virrey al último funcionario, y erigirse en república independiente, como Convención Nacional Americana. Un Pedro Portilla, que pen- saba asumir la capitanía general y presidencia de la nueva patria mexicana, venía celebrando reuniones conspiradoras en el ca- llejón de la Polilla. El 10 de octubre de 1799 presentó delación don Teodoro Francisco de Aguirre, al que premió el virrey con un puesto en la real fábrica de tabacos. Azanza mandó espiar a los conjurados. Y una vez que dos testigos ocultos se informa- ron de cuanto se planeaba, sobrevino el arresto por sorpresa, se encarceló a los conspiradores y se les formó proceso. Entre las armas incautadas, algunas de chispa y 50 machetes. Poco fuste para un movimiento emancipador, que puede quedarse, por sus fines inmediatos, en lo de «atroz proyecto», con que lo calificó Azanza. Se encomendó la causa a don Joaquín Mosquera y Figueroa, alcalde del crimen, letrado bien curtido en esas lides por su reciente actuación en el Nuevo Reino de Granada, cuando el asunto Nariño (Temas de cultura, n.? 305). Era natural de Popayán (Colombia). Desde México pasó a la península, en donde alcanzó el grado de teniente general (doble carrera, de leyes y de las armas) y de consejero en el supremo de Indias. Fue uno de los cinco miembros de la junta de regencia nom- brada el 21 de enero de 1812 por las cortes de Cádiz. Dejó en Nueva España pendiente la causa de los machetes, que se fue arrastrando durante el gobierno del sucesor en el virreinato, Berenguer Marquina, y que terminó sobreseída, bien por aho- rrar sangre de mártires en la bandera autonomista, bien porque en la metrópoli se consideró menos grave un proyecto abor- tado. Por real decreto de 8 de noviembre de 1799 se comunicaba a la real audiencia de México el cese del virrey Miguel José de Azanza y Alegría y su relevo en la persona del teniente general de la armada don Félix Berenguer de Marquina. Godoy reprueba al ministro José Antonio Caballero, su tenaz enemigo, aquella sustitución: «A Don Miguel de Azanza, que ocupaba con feliz suceso el virreinato de Nueva España, le hizo renunciar su plaza». Ténganlo presente los adversarios del duque de Alcudia. empeñados en adoquinar su camino con víctimas incruentas. Embarcó Marquina en el bergantín «El Cuervo»; pero hasta el 11 de abril de 1800 no pudo tomar tierra en Veracruz, porque corsarios ingleses le apresaron a la altura del cabo Catoche y lo e Pi

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