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Premió con el grado de brigadier al jefe de la guarnición de San Luis de Potosí, Félix M.” Calleja, futuro héroe de la inde- pendencia mexicana, por su acierto diplomático en el gobierno de los poblados indigenas. Atendió con singular diligencia la fábrica de armas de Pe- rote, cuya reglamentación diera su predecesor; y restableció y amplió la de pólvora en Chapultepec. Por septiembre de 1798 autorizó al gobernador de Yucatán, Arturo O'Neill, la expedición que se venía tramando tiempo atrás contra el establecimiento británico de Belize. Participaron 26 embarcaciones, con la fra- gata Minerva, gobernada por Sancho de Luna, la goleta Félix por don Francisco de Fuentes Bocanegra, la fragata Virgen de la O por el capitán Tello de Molina y varias otras goletas y balandras y el bergatin Principe de la Paz. Fracasó el intento conocido como «escaramuza de San Jorge», por indisciplina, según se dijo, de Luna y Bocanegra, y por indecisión del gobernador O'Neill. Azanza, que no tuvo participación directa en la empresa, atribuyó el infortunio a superioridad naval de los británicos y a prevención oportuna por noticia anticinada aue tuvieron del intento. Aunque masivamente fueran menores los riesgos de nuestro dominio mexicano por la costa del Pacífico, mi la nave de Acapulco, que comerciaba con Manila (cuya guarnición era sufragada por el situado o remesa de Nueva España) ni las tierras californianas tan escasamente pobladas, estaban a cu- bierto de asaltos imprevistos. Los ingleses, por una barraca de madera, dolosamente montada en San Lorenzo de Nutka, frente a la isla de Vancouver, habían logrado de las autoridades espa- ñolas (tratado de 1790) que se les respetara como asentamiento permanente para su comercio de piel de nutria. Hasta algun barco portugués y uno que oro norteamericano fondearon en aquellas aguas por tráfico de la misma especie. Los rusos, que tan gentilmente se habían portado con nuestros expedicionarios Bodega y Quadra y Malaspina cabe el paralelo 60”, frente al volcán de San Elías (Alaska), bien podían dar suelta a su voca- ción expansionista, una vez rotas las relaciones diplomáticas entre su monarca, Pablo |, y el español, Carlos IV (sept. 1799). Fortuna que la respuesta insultante dada al moscovita por el gabinete Saavedra no dio tiempo a una reacción militar; porque Rusia había abandonado presto la coalición formada, según le increpó nuestro Consejo de Estado, no para restablecer el orden, sino para turbarle, «despotizando a las naciones que no se prestan a sus miras ambiciosas». Azanza propuso, y aprobó la corte, fortificar los puertos de San Diego, Monterrey y San Francisco, como centinelas alerta- dos, socorrió las misiones de la Alta California y amarró en Acapulco seis fragatas para caso de emergencia. Por el mes de abril de 1799 auxilia con vituallas y caudales el puerto de La Habana, bloqueada por los ingleses. Con ellos hubo de verse, por los mismos días, otro navarro, Juan Javat, natural de Ochagavía, teniente de fragata. Al mando de la goleta guardacostas logró deshacer la formación enemiga, que desde la isla de Cuba venía hostigando a la escuadrilla española que conducía al sustituto de O'Neill, en el gobierno de Yucatán, don Juan García Dávila. Juan Javat, que salió malherido de la re- friega, fue ascendido por su comportamiento a capitán de fra- gata. En 1803 regresó a España, de donde volvió a navegar, por comisión de la Junta Suprema de Sevilla, en 1808, con destino a Puerto Rico y Nueva España. Le acompañaba el comandante de guardias españolas, Manuel Francisco de Jáuregui, conspirador en Aranjuez con su amigo el principe de Asturias (Temas de cultura navarra, n.” 95). En 1820 la junta provisional nombra a

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