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escolástica. Por más voluntad que puso en suplir, con la erección de universidades en Popayán, Quito y Cartagena, las consecuencias de aquel batacazo carolino, fracasaron sus intentos al fallar los maestros, el presupuesto y hasta los alumnos. En la capital, Santa Fe, hubo de enfrentarse con el privilegio dominicano de conferir títulos; y con la repugnancia «manifestada por algunos educadores del an- tiguo estilo», principalmente religiosos, que «sentían verse despojados y sin poder mezclarse en unas enseñanzas pa- ra las que necesitaban aprender de nuevo». Es comentario del propio Guirior en su Relación de gobierno, Reunió la Junta de aplicaciones, a la que perteneacian el prelado de la diócesis y varios oidores de la real audiencia; y con su voto unánime encomendó al fiscal protector de indios, don Francisco Antonio Moreno y Escandón, la traza de un plan de estudios, que sirviese de guía y cortase los abu- sos de los sistemas anticuados. Que aquellos hijos de Nueva Granada bien merecían disfrutar la gloria de los de Lima y México, mayormente cuando tan a poca costa podía el rey «hacer felices a estos amados vasallos, que, privados de la instrucción de las ciencias útiles, se man- tienen ocupados en disputar las materias abstractas y fú- tiles contiendas del peripato, privados del acertado y buen gusto que ha introducido la Europa en el estudio de las Bellas Letras». A poca costa del rey, porque para esos menesteres se aplicaban las rentas de temporalidades (Jun- ta de aplicaciones), es decir, de los bienes incautados a los jesuítas. Impuso el nuevo método de enseñanza en los colegios ya tradicionales de San Bartolomé y de Rosario, «sin per- mitir que la juventud acuda sino a estas cátedras como públicas». En el segundo de dichos centros explicó mate- máticas y física mewtoniana el célebre naturalista gadita- no, don José Celestino Mutis. Se felicita Guirior, en la Relación destinada a su sucesor don Manuel Antonio Flo- res, de los progresos que venían realizando aquellos alum- nos de la nueva ola en aritmética, geometría y trigonome- tría y en la jurisprudencia y teología. Con los libros decomisados en los colegios de Tunja, Honda y Pamplona, que fueron de la Compañía, fundó en el antiguo seminario la primera biblioteca pública, que de- bería enriquecerse en el futuro con nuevas publicaciones y «con máquinas e instrumentos correspondientes, en que se ejercite útilmente la aplicación de los sabios». Nombró por bibliotecario al presbítero don Anselmo Alvarez, con dotación anual de 5.700 pesos (un gobernador de provin- cia no cobraba los 2.000). Cierto sabor regalista rezuma, aunque parezca respaldada por los derechus del Real Pa- tronato, la sustitución que hizo (dicen que siguiendo con- signas de Aranda) de los seminarios tridentinos por otro llamado de ordenandos, en que deberían albergarse los fu- turos sacerdotes y formarse en liturgia, moral y demás conducente a un perfecto eclesiástico; por manera que, «bebiendo en las fuentes puras de la Sagrada Escritura, Concilios y Santos Padres... salieran robustos defensores de la verdad». En estas frases de Guirior vuelve a colarse un cierto resabio jansenista, reverdecido en aquella cen- turia. Regalista se mostró asímismo Guirior, más por presión gubernamental que por personal convencimiento, en su esmerada vigilancia para que los eclesiásticos, apelando a costumbres y tradiciones, no mermaran la jurisdicción real. Pao. 3
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