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sidad de San Marcos y en algunas promociones del cole- gio de abogados de Lima, otras varias le dieron fiasco pre- cisamente por su conducta en cuestiones de competencia. Y cuando reclamó, con cierta diplomacia el sueldo que se había venido pagando al virrey del Perú desde el marqués de Castelfuerte, se le respondió que aquel asunto estaba ya determinado en su punto general por las audiencias. A los 30.000 ducados, que equivalian a 45.000 pesos, se habían asignado otros 20.000 pesos fuertes; pero en la pri- mera nómina de Guirior solamente se le habían adjudicado 30.000 ducados de plata No ha de deducirse de la respues- ta que se le negara lo ya acordado. Fue una manera poco elegante de significarle que no faltaba quien se cuidara de aquel particular. Y cuando se le relevó de su cargo, to- dos sospecharon el mismo por qué y por quién: Areche y sus informes. Pero al recibirse la sentencia pronunciada por don Fer- nando Márquez de la Plata y aprobarla sin reservas el Consejo de Indias (22 de septiembre de 1785), no tuvo inconveniente Carlos lll en firmar, con fecha 25 de no- viembre del mismo año 1785, el real decreto por el que se hacía merced al Excmo. Sr. D., Manuel de Guirior y Portal de Huarte, del título de Navarra, «para sí y sus sucesores, con las calidades y prevenciones que gozan los demás Tí- tulos de aquel Reyno». Tomó la denominación de vizconde de Villanueva de Lónguida y de marqués de Guirior; por lo que hubo de pagar, como derchos de media annata, 750 ducados por vizconde y 1.500 por marqués, que montan en conjunto 843.750 reales de vellón. Dióle S. M. por escudo ocho estrellas de oro. ¿Qué fue entre tanto del visitador don José Antonio de Areche? El 19 de marzo se embarcaba en el puerto del Callao para el de San Blas a bordo de la fragata «Santiago de la Nueva Galicia». Por real cédula de 13 de septiembre de 1781 se había nombrado a don Jorge Escobedo para sustituirle. Continuó ejerciendo sus comisiones de visita y de superintendencia general hasta 25 de junio de 1782, día en que amaneció su sucesor en el puerto del Callao. En- tre el cese y el embarque, un angustioso calvario. «No sé cómo vivo —escribe a Gálvez— oyendo discursos y refle- xiones que me martirizan tan de lleno. He servido al Rey y al público con honor. Nadie descubre la causa de mi desgracia, Así la nombran todos... V., E. sabe por examen propio que un visitador apenas puede estar sin enemigos. Los más querían al visitador y no a la visita. Vierdo que aquél se va y ésta se queda, les merezco elogios, que es bien que los cuenten o expongan otras plumas no la mía. Si yo empezase ahora a servir los encargos con que me envió a esta América, protesto que seguiría la propia con- ducta que he seguido en ellos y sus fines, sin arrepentir- me, como no me arrepiento de cosa alguna». Al regresar a España volvió a ocupar su cargo de con- sejero en el Supremo de Indias; pero al revisarse toda la barahunda de imprecaciones contra el virrey Guirior y su camarilla, y cotejarla con la sentencia del juez de re- sidencia, se condenó al ingenuo y leal reformador, don José Antonio de Areche, al pago de costas y daños por difa- mación y a la jubilación forzosa con la tercera parte del sueldo de la plaza del Consejo, «el qual ha de disfrutar fuera de la Corte», Así lo comunicó el consejero Manuel de Nazares a la Excma. Señora Marquesa viuda de Guiricr con fecha 27 de mayo de 1789, 2 c

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