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y que se gobernase la aduana según las nuevas Ordenan- zas; por manera que «quanto les entre para sus consumos o giros, vaya guiado (con la guía correspondiente), se in- troduzca en la Aduana y se cobren allí los derechos de las cosas que los devan». Que imitase el ejemplo de Cuzco, cuyo corregidor había sabido atajar a tiempo los desmanes de la turba. Comentaba don Juan de Burdanace, prebendado de la catedral de Lima y rector y director del colegio «Principe de Asturias»: que, según había ya expuesto a S. M. «no dudaba de que, en las revoluciones pasadas, sólo con la presencia del Excmo. Sr. Guirior, en dichas provincias, se hubiera sosegado y tranquilizado el reino, por lo que ge- neralmente le amaban y reverenciaban, así los españoles como los indios, por su bondad, afabilidad y justificación». JUICIO DE RESIDENCIA Aunque no hayamos aludido a la obra cultural de Gui- rior durante su gobierno peruano, no fueron ráfagas fuga- ces aquella su preocupación manifestada en Nueva Grana- da. Durante esta su segunda etapa virreinal volvió a preocuparse por los problemas universitarios. Cierto que por dificultades económicas y de otro orden no pudo ajus- tar los planes de la universidad de San Marcos a los de Salamanca y Alcalá; pero logró al menos erigir un «Thea- tro Anatómico» en el hospital de San Andrés, para el fto- mento de nuevos estudios en la carrera de medicina; y recomendó con verdadero ahinco a su sucesor, don Agus- tín de Jáuregui, la modernización de los estudios, especial- mente de las «Ciencias Mathemáticas y la Filosofía, así experimental como química, a fin de que difundiéndose sus útiles conocimentos e ylustrados de ellos los ánimos que han de regir los pueblos de este Reyno, se pueda aprovechar la preciosa fecundidad que malogra». Le en- careció asimismo la fundación de una cátedra, que él in- tentó y no pudo, de Jurisprudencia castellana y de Leyes de Indias, independiente de la actual, en que sólo se ve- nían explicando autores y doctrinas extranjeras. Normalizó el ritmo universitario en la colación de grados interrum- pido desde las Ordenanzas del virrey Amat (1771) y la alternancia trienal, clérigo-laico, prescrita por la ley, en el cargo rectoral. Amat había mantenido en ese puesto du: rante siete años al laico don Joaquín Bouso Varela. Gui- rior promovió la candidatura del canónigo don Ignacio de Alvarado y Perales. Reformó con nuevas Ordenanzas las que diera Amat so- bre el teatro; y propuso reiteradamente a S. M. que los hijos de las familias criollas, con preferencia las más po- bres, fueran incorporados a la carrera militar, para con- quistar los mismos entorchados que los hijos de la me- trópoli y en las mismas condiciones. Pero esta cuestión, como la universitaria, como la de milicias coloniales, como el continuado favor y apoyo a la expedición botánica de Dombey, Ruiz y Pabón, apenas iniciada, hubieron de he- redarse por don Agustín de Jáuregui, en el cual resignó el mando a 20 de julio de 1780. Un mes después, el 24 de No

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