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a cualquier precio de una de nuestras posesiones marinas» (R. C. de 4 de mayo de 1779). Y el 30 de agosto del mismo año, con la euforia de un cerco a Gibraltar, mantenido incólume por Barceló y Soto- mayor, frente a los intentos de la escuadra inglesa, pre- sentaba a su consideración: «el estado deplorable en que se hallaba la nación británica, el feliz de la Casa de Bor- bón, los grandes proyectos de ésta... que a la:sombra de la superior escuadra combinada iban a desembarcar en lIn- glaterra 40.000 hombres; que después seguiría contra el puerto de Mahón; y que el verdadero estado que se espe- cificaba quería S. M. se extendiese con verdadera maña y política, para disipar la ilusión y preocupación en que se vivía de la potencia inglesa». Guirior supo valorar el alcance de una y otra comunica- ciones: acción defensiva y propaganda, La primera, porque la armada británica continuaba poderosa; la segunda, por ciertas sospechosas inquietudes que Areche se había preo- cupado, con buen criterio, de notificar a la metrópoli. El virrey, a pesar de hallarse aquejado del mal de gota, multiplicó sus visitas al puerto del Callao, que mandó guar- necer con dos baterías colaterales al fuerte real «Felipe»; visitó asimismo los puestos inmediatos de Lima, como Lu- rin, Lancon y Chorrillos; alistó tropas, las acuarteló y des- tinó a diferentes parajes y presidios; hizo fundir cañones, construir armas y «agitar la fábrica de pólvora»; y trazó el plan de defensa para el caso de invasión de los enemi- gos; armó en guerra el «Aquiles» y la fragata «El Aguila», aquél para reforzar la armada y ésta para conducir cauda- les y pertrechos; y procuró habilitar otros navíos de gue- rra y de particulares. Cuando pusieron proa hacia el puerto de la Concepción, pasó un oficio al cabildo eclesiástico «para que se dixese una misa solemne por el buen éxito de la real armada y 8 días de rogativa con nuestro Amo manifiesto». Se había podido completar rápidamente la do- tación de aquella escuadra con «más de 600 entre indios y demás castas», que el teniente coronel don Pablo Padrón de Arnau pudo fácilmente enrolar en el cercado de Lima, «por haber muchos pescadores en el distrito de su mando y ser éstos más adecuados para la marinería y hallarse libres del pago de los tributos con el destino de servir al rey». Del pueblo de Chilca se vinieron todos los indios en tropa «para ofrecerse al enrolamiento en la escuadra que se estaba tripulando con motivo de la guerra con la ln- glaterra y que debía pasar a la Concepción de Chile». Y eso lo hacían, según declara don Josef de Salazar Solór- zano y Urdanegui, por su amor al virrey Guirior, que tan gentilmente les había atendido en sus quejas contra los corregidores, los doctrineros y las mitas. TUMULTO DE AREQUIPA Solamente por un afán absurdo, que a veces degenera en misomanía, de cargar sobre un presunto tirano todas las catástrofes, se explica que hayan venido a recaer so- bre la cuenta de don José Antonio de Areche todas las perturbaciones sociales acaecidas en Perú durante su visi- ta general. Ni los indios que se rebelan en Urubamba el 7 A

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