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nario de Santo Toribio, «pasó.... con el oficio público que se acostumbra en estos casos con los virreyes, por si tenía algún ahijado S. Excia. para aquella provisión que se iba a hacer. Respondió que su ahijado era la justicia; que procediese el venerable cabildo con arreglo a derecho, prefiriendo siempre al más benemérito». Pero añadió que le habían llegado ciertos rumores sobre marrullerías para proveer el beneficio en determinado eclesiástico, «poster- gando a otros más dignos y de mayor antigúedad». Que si no se procedía con la rectitud correspondiente, se ve- ría en la precisión de tomar aquellas providencias a que le autorizaba el real patronato que representaba. Su cooperación a la obra misional fue en Perú como en Nueva Granada mucho más que un simple deber burocrá- tico derivado del patronato regio. En su Relación de go- bierno dejó escrito sobre los curas doctrineros: que nadie podía comparárseles en mérito, si cumplían con exactitud «tan sancto exercicio; y que todos generalmente son acree- dores a mucha lástima y atención, quando aun sin el es- píritu que debe animarlos, cumplen por sí mismos las obligaciones de tan pesado cargo, sujetos a padecer las intemperies, incomodidades, soledad y desamparo que no es posible evitar en la triste situación de sus pueblos». Y previene a don Agustín de Jáuregui contra los frecuen- tes recursos que solían introducir los feligreses, tanto me- nos creíbles, por lo general, cuanto más ponderaban la calidad del agravio, que decían haber recibido de sus curas, Por reales órdenes de 26 de septiembre de 1777 y de 15 de febrero de 1779 hubo de prestar singular atención a la provincia y ciudad de Tarma, cuyas sierras se habían convertido en guarida de bandoleros y de rebeldes, desde que en 1742 un tal Juan Santos, que hablaba quechua y latín y que se firmaba Ataualpa Inca Apu, había revuelto el Gran Pajonal y el Cerro de la Sal y se había procla- mado instaurador del imperio incaico. Después de destruir no menos de 25 poblados, fundados por los franciscanos, y de dar jaque a diversos destacamentos de tropas re- gulares, había impuesto su ley en la selva, hasta que un curaca rival le hizo desaparecer. Guirior, previa consulta del real Acuerdo y de otros expertos, consiguió abrir en término de dos meses, por rocas y quebradas, un camino fragoso y poner en pie un fortín a orillas del río Chan- chamayo para que los franciscanos de Ocopa pudieran reanudar su obra evangelizadora. Su sucesor Jáuregui, des- pués del informe del capitán don Juan O'Kelly, abandonó 2 es por indefendible y la ruta abierta por impracti- cable. Por los años de virreinato vividos en Nueva Granada. aunque cortos, había adquirido Guirior experiencia bas- tante sobre el funcionamiento de aquellos gobernadores y justicias mayores, puestos al frente de los poblados indí- genas. Una institución, la de los corregidores, introducida en 1564 por Lope García de Castro para acelerar la evo- e Ms

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