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Circunstancias adversas, singularmente del lado de la ma- rina, obligan a levantar el sitio, tras de infructuosas y sangrien- tas acometidas (febrero de 1705). Sustituyó en Nápoles a José de Armendáriz el coronel de dragones Tiberio Carafta, con el virrey marqués de Villena. Y se perdió Nápoles, con Piamonte y el Milanesado, ante el empuje de los ejércitos imperiales, gobernados por el principe Eugenio y por el duque de Saboya, Víctor Amadeo, cuya hija, María Luisa, mujer de Felipe V, clamó frente a tanta adversidad: «¡España no está perdida!». Y su voz encendió fuegos de espe- ranza en su marido y en el vacilante Luis XIV, irremisiblemente curado de su ardor juvenil. Dos mujeres, María Luisa de Saboya y la princesa de los Ursinos, hacen posible, con su política de retaguardia, el triunfo de la causa española, como otras dos mujeres, Mariana de Austria y María Ana de Neuburg, habían hecho posible, con sus intrigas palaciegas, su total hundimiento. En Flandes el célebre general inglés Marlborough (el Mam- brú que se fue a la guerra) fulgura como el rayo de Marte. En la península, Valencia y Cataluña se rinden a las sugestiones de otro inglés genial, el aventurero conde de Peterborough, que recaba de aquellos pueblos el reconocimiento y proclamación del archiduque Carlos, que entra en Barcelona como soberano con la signatura de Carlos lll. Por la frontera portuguesa, otro general inglés, el renegado hugonote lord Galloway con el lusitano marqués de las Minas, ponen sitio a Badajoz y se apoderan de Villarreal, Alcántara y Ciudad Rodrigo. Se encarga la organización de la defensa al mariscal duque de Berwick y al marqués de Bay. José de Armendáriz, después de rehacer su regimiento de dragones, maltrecho por la invernada gibraltareña, fija su apostadero, con 100 caballos, entre Salamanca y Peñaranda, en Nava de Alba. En Badajoz, a cuya defensa contribuyó eficazmente, dejó refor- zada la guarnición, mientras disponía en Arévalo «para mayor seguridad y descanso» el alojamiento de dos batallones de infantería y de 1.500 soldados de milicias. El día 15 de septiem- bre de 1706 don Manuel Jacques Magallanes, hijo del marqués de las Minas, comenzó a batir la capital del Tormes con seis piezas de artillería y dos morteros. Apenas si la víspera, por la noche, había llegado a la Nava el resto del regimiento de Santiago. Disponía ya Armendáriz de 350 caballos: demasiado tarde para intentar el socorro de Salamanca, que capituló el día 17. Apremia el alertado mariscal de campo al secretario del despacho universal y de hacienda y guerra, José de Grimaldo, que procure acelerar los progresos de los dos regimientos de caballería del marqués de Bay, a fin de sujetar al enemigo, «que no haga marcha atrás ni adelante sin que se le pellizque». Entre tanto vigila Armendáriz sus movimientos y estorba sus depredaciones en las zonas rurales. Le consta por los 50 prisio- neros (7 de ellos holandeses) capturados por sus patrullas, que cuenta el adversario con unos nueve o diez mil hombres y unos 1.200 a 1.500 caballos, si bien solamente «500 son caballos arre- glados y lo demás, yeguas». Agentes que burlaron la guardia anglo portuguesa pudieron averiguar que habían sido desarmados todos los defensores de Salamanca, militares y civiles (1.200 hombres de milicias); y que habían exigido a la población 50.000 doblones (la mitad al contado y el resto en plazo de 4 meses) a cambio de respetar sus vidas y de renunciar al saqueo e incendio de la ciudad, de que no se libraron los edificios de los arrabales, fueran casas de vecindad o conven- tos de frailes y de monjas. Otros espías le notificaron que «demolían Salamanca y tenían ya seis brechas muy grandes y que a toda prisa hazían hornillos 7

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