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TOISON DE ORO «Al Marqués de Castelfuerte, Capitán General de mis Exér- citos, he venido en hacer merced del Tusón de Oro y assi lo tendréis entendido para su cumplimiento. El Buen Retiro a diez y ocho de Diziembre de mill setezientos y treinta y siete. Al Marqués de Grimaldo». Y en ceremonia palatina del Real Sitio de Aranjuez, a la que concurrieron el principe don Fernando (futuro Fernando VI), y los infantes don Felipe y don Luis (cardenal arzobispo de To- ledo), con lo más granado de la aristocracia española, su ma- jestad Felipe V impuso «por su real mano» el collar de caballero del toisón de oro al Excmo. Sr. D. José de Armendáriz y Peru- rena, el día 24 de abril de 1738. Fue su padrino el duque de la Mirándola; y firmó el acta don Bernardo M.*, marqués de Gri- maldo. Certifica el conde de Canillas, consejero y grefier del insigne Orden del Toisón de Oro, en Madrid a 11 de mayo de 1738. Era el público reconocimiento del soberano español a la fidelidad, sellada con sangre, que el ilustre navarro había venido testimoniando desde que pudo empuñar el primer arcabuz. No se otorgó mayor galardón ni al mariscal duque de Vendóme ni al de Berwick. Vivió el marqués de Castelfuerte la encrucijada más angus- tiosa y tal vez la más definitiva de nuestra moderna historia peninsular, partida en dos por el filo de la cronología: agonía austriaca con Carlos |l el Hechizado y proclamación borbónica de Felipe V, con un nuevo estilo, cartesiano, de gobernar. Navarra acogió con más entusiasmo que nostalgia el cambio dinástico. En su discurso de ingreso a la Real Academia inter- pretó el conde de Rodezno aquella reacción favorable, princi- palmente por parte de los nobles y de la burguesía, a causa de la vinculación del nuevo príncipe con los últimos Albret o Labrit. A tenor del acuerdo foral, se celebraron las solemnidades religiosas y civiles de aclamación, al amparo del pendón del reino de Navarra, los días 12, 13 y 14 de diciembre de 1700. En 28 de enero del año siguiente, de 1701, atravesaba Felipe V la frontera por la isla de los Faisanes. Desde que pisó suelo español diéronle escolta nobles y fidalgos navarros y el piquete de guardia que había destacado el virrey Domingo Pignatelli, marqués de San Vicente. Pasó unos días en Pamplona, que le recibió en triunfo macizo y que en ocasiones le obligó a perma- necer hasta cuatro horas arreo en el balcón, por satisfacer los e
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