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nado Diego de los Reyes (cuya huella se pierde en la ciudad de Santa Fe) y regresaba a Buenos Aires con los primeros fríos de agosto. Antequera entre tanto había llegado a Córdoba de Tucumán, y hallado refugio en el convento de San Francisco. Mas como Castelfuerte no estaba dispuesto a que le valiese el sagrado, al verse irremediablemente perdido optó por presentarse en la audiencia de Chuquisaca, que no le negaría su valimiento. No se atrevieron sin embargo a desafiar las órdenes perentorias del virrey. Arrestado por el alguacil mayor con sus corchetes, lo trasladaron a Lima, en cuya cárcel de corte ingresó el 17 de febrero de 1727. No fue su encierro como el de Reyes, puesto que tuvo libertad para recibir a familiares y amigos y, hasta según se dice, para darse algún paseo por las calles de la capital; y aun para facilitar la fuga de su compinche y conspirador, Fernando Mompó y Zayas, valenciano, docto jurista, que por el mes de julio de 1730 llegaba a la Asunción. En su faltriquera, cartas del encarcelado de Lima, incluso para el gobernador Barua. Parece que fue Mompó quien introdujo en Paraguay el término común, como sinónimo de gobierno popular; de donde derivó el nom- bre de comuneros con que se designaban sus partidarios. Castelfuerte hizo devolver a los jesuítas el colegio de la Asun- ción (18 de febrero de 1728); y Felipe V aprobó lo resuelto. Por renuncia de Barua, Armendáriz nombra gobernador de Paraguay a Ignacio Soroeta, corregidor que había sido del Cuzco. Mompó recorre la provincia con soflamas sediciosas contra el nuevo gobernador, con el achaque de que era amigo de los jesuítas y de Diego de los Reyes. Barua, más por cobarde que por comprometido, dejó liber- tad de movimientos a los comuneros, que llegaron a constituir su junta. Soroeta entró en la capital escoltado por 200 caballos, lo que le dio no poco que cavilar. Tras del gobernador y los regidores, una milicia de 4.000 comuneros. Por presión de la junta, a los cuatro días tuvo que abandonar su puesto: 28 de enero de 1731. De regreso en Lima reveló a Castelfuerte que el rebelde Fer- nando Mompó se carteaba con Antequera, que de la cárcel pasó al calabozo. En Asunción, el alcalde de primer voto, José Luis Barreiro, logró imponer el orden, engatusar a Mompó y entre- garlo en Corrientes a las autoridades de Buenos Aires. Duró la calma desde abril al mes de agosto de 1731, en que hubo de salvarse en la huida, ante el empuje de la chusma, enardecida por advenedizos, que al grito de ¡Viva el Rey! ¡Muera el mal gobierno! libraron de la prisión a los comuneros reos de muerte y nombraron a Miguel de Garay por alcalde de primer voto y a Bernardino Martínez por gobernador. Fray Juan Arregui, obispo preconizado de Buenos Aires, declaró legítima la junta de comuneros, para la defensa de los derechos provinciales, y tuvo el arte de convencer al pueblo que se debía recibir al gobernador nombrado por su majestad, el teniente coronel Manuel Agustín de Ruiloba Calderón, maestre de campo del presidio del Callao, que hizo su entrada en la ciudad de Asunción, el 27 de julio de 1733, en paz y sin sobresalto. Apenas comenzó Ruiloba a mudar algunos cargos y a gestionar su comisión con el padre provincial de la compañía, los más decididos entre los comuneros se concentraron en el pueblo de Guayaibiti. Decidió el gobernador hacerles frente con 350 hombres. En la noche del 14 al 15 de septiembre desertaron 200. Al amanecer hizosele encontradizo el obispo Arregui, que trató de convencerle accediera a las peticiones de los sedicio- sos. Replicó Ruiloba que depusieran las armas, si pretendían parlamentar con la autoridad. pr SS

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