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COMUNEROS DEL PARAGUAY José de Antequera y Castro, limeño, fiscal protector de naturales, encendió una guerra (comuneros del Paraguay) que duró 13 años, aunque su actuación directa no pasara de los cinco. Había sido comisionado por la audiencia de Chuquisaca o de Charcas para abrir una pesquisa sobre el gobernador de Para- guay, don Diego de los Reyes Valmaseda, villanamente acusado por sus émulos José de Avalos, primer alcalde de la capital, Asunción; José Urrunaga, vizcaino acaudalado con ínfulas de cacique; y, por compromiso familiar, el tudelano Antonio Ruiz de Arellano, casado con una hija de Avalos. Virrey del Perú, el arzobispo de Charcas don fray Diego Morcillo, albaceteño, que firma el nombramiento de pesquisidor en Lima, 23 de julio de 1721. Cuando llegó Antequera a la ciudad de Asunción, Diego de los Reyes estaba haciendo su recorrido por los poblados de indios en las doctrinas guaraníes o reducciones y misiones del Paraguay, que en 1609 fundaran los padres jesuítas. Dato este muy importante para apreciar el enfoque de unos y otros histo- riadores al presente episodio. Se considera a Diego de los Reyes y Valmaseda, andaluz de Puerto de Santa María, amigo de los jesuítas. Durante la ausencia de Reyes, realiza Antequera su labor inquisitiva entre los mismos rivales que habían presentado la delación; arresta en jurisdicción ajena (la del gobierno de Bue- nos Aires) al presunto reo; lo mete en una mazmorra con grilletes en las muñecas, los pies en el cepo y una cadena de hierro al tronco; y, en interpretación abusiva de sus poderes, se proclama gobernador de Paraguay. Multiplica los pliegos contra Diego de los Reyes y los entre- vera con series calumniosas contra las reducciones de los jesuítas, que por unos meses le habían dado refugio. Nada importó al petulante Antequera su destitución como pesquisidor ni el nombramiento del coronel don Baltasar García Ros para gobernador del Paraguay. Armó contra él una hueste de revoltosos, que le pusieron en fuga con sus 2.000 indios. El siete de agosto de 1724 expulsó del colegio de la Asunción a los padres jesuítas, que sólo con licencia del soberano podían ser privados de aquella residencia, por ser de fundación real. LLegado a Lima Castelftuerte, encargó a don Bruno Mauricio Zavala, gobernador de Buenos Aires, la pacificación del Para- guay; al bondadoso obispo de Asunción, el franciscano fray José de Palos (natural de Morella) que mediara en el conflicto, dadas las muestras de respeto que recibiera de Antequera; y al provincial de los jesuítas, que pusiese a las Órdenes de don Bruno Zavala un buen contingente de sus indios. Despachó el gobernador de Buenos Aires múltiples oficios a las autoridades civiles y eclesiásticas de Paraguay; intimó a José de Antequera su obligación de someterse; y encomendó a los sargentos mayores Francisco Bracamonte y Jerónimo Fer- nández, vigilar sus movimientos y arrestarle en el momento oportuno. Cuando Antequera se sintió abandonado por el cabildo se- cular de Asunción, que votó por mayoría acatar la orden virrei- nal, se dio a la fuga (5 de marzo de 1725) con el maestre de campo Montiel, el alguacil mayor Juan de Mena y 40 de sus incondicionales, bien armados. El 29 de abril entraba don Bruno en la Asunción, nombraba por gobernador (con facultad delegada de Armendáriz) al caba- llero bilbaino, Martín de Barua, sacaba de la cárcel al afortu- o

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