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opulencia y establece el Poder; sin ella, de poco sirve que sean las campañas fértiles, los montes ricos, y los climas benignos». Mas la población indígena menguaba, pese a las providencias de los reyes y sus virreyes. No por violencia alguna —reconoce Armendáriz— sino por el simple choque de nación dominante y nación que de libre pasó a dominada; sin que pueda silenciarse que el trabajo en minas y en obrajes ha sido igualmente culpa- ble. : Se trata del trabajo forzoso, aunque bien retribuido; inexcu- sable porque a causa de su natural inclinación al ocio y a la vagancia apenas se halla entre los indios ningún voluntario. Opinión de Armendáriz, como lo fue de la mayor parte de los funcionarios y aun de los mismos curas doctrineros. Gran mérito del marqués de Castelfuerte la matrícula o censo meticuloso de 42 provincias; porque le permitió mantener el cupo de mitayos, sin forzar la plantilla. Trece provincias estaban obligadas a este tributo personal en las minas de azogue de Huancavelica, con la séptima parte de su población aborigen, en turnos que se mudaban cada dos meses. A la mita de Potosí, «antonomasia de las riquezas», había 16 provincias adscritas; la gruesa o número total de indios de estas 16 provin- cias se cifraba en 41.865; la séptima parte (excluidos los exen- tos) suponía 3.199, de los cuales se mantenían 711 en el tajo, mientras los otros holgaban. Se recurre a los indios porque se comprobó que ni negros ni blancos aguantaban ni la simple holganza en aquellas alturas superiores a los 3.500 metros. Ya que no pudo urgir Castelfuerte el cumplimiento estricto de las reales cédulas de 18 de febrero de 1697 y de 5 de abril de 1720, tan favorables a los mitayos, puso al menos especial diligencia en que no fallara al indio trabajador, en mano y en dinero, el jornal legalmente estatuído; en que el trabajo de sol a sol, con dos horas de descanso intermedias, no se convirtiera en destajo, por el riesgo de una explotación inhumana; en que se les pagara el leguaje, a 2 reales por cada 5 leguas de camino; y en que, pasados los dos meses de laboreo, regresaran a su choza, sin reenganches ni subarriendos, villano eufemismo de esclavitud minera. No deja de causar inquietud a Castelfuerte esa «fatal contra- dicción» en la industria minera, «porque producen la riqueza y hacen perecer a los que la producen». Por eso se niega a aumentar la cuota de mitayos: que no consiste la riqueza en extraer oro y plata, sino en mantener el equilibrio con los que trabajan en eso. Nunca llegó a vencer su escrúpulo en la recia polémica entre juristas y políticos (menos juristas y más atentos a los intereses fiscales) sobre la licitud del trabajo forzoso en las minas y los obrajes. (Obrajes eran las grandes manufacturas textiles). De su revisita o matrícula de la población india dedujo, según queda dicho, un mayor alivio de los mitayos; y una mayor aportación tributaria a la real hacienda; porque, sin modificar la tasa individual, con sólo incluir en las listas unos cuantos de los que solapadamente permanecían en el anonimato, se logró una recaudación anual de 673.387 pesos y 3 y 1/4 reales, en vez de los 419.371 pesos y 2 reales de la etapa anterior. Ingresaron en las reales cajas, con destino al monarca, 205.460 pesos; el resto se distribuía entre el menguado sínodo o salario de los curas, justicias y caciques, las rentas de las encomiendas y los me- nesteres litúrgicos en edificios y ornamentos.

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