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la feria de Portobelo. Y como no pagaban derechos de entrada ni de salida, sus precios rebajados (hasta un 30%) no admitían competidor. Triste secuela la del navío de permiso, que amén de depreciar los géneros y efectos de Castilla, regresaba a Jamaica bien regalado de tejos de oro y de piñas y barras de plata. Y al socaire del navío de permiso, merodeaban otras embarcaciones inglesas con feria abierta, tras el castillo de Todofierro, sin inquietud ni sobresalto por el comandante del puerto. Hasta 21 de esos bajeles piratas llegaron a contarse en una ocasión. La feria de Portobelo era bienal. El gremio de comerciantes de Lima (consulado de comercio), cuya autonomía procesal defendió Armendáriz contra las pretensiones de Cádiz y de Sevilla, propuso que las ferias se redujeran a trienales, por las dificultades con que tropezaban para el expendio rentable y cobros de los géneros, efectos y ropas de Castilla. Desde la última celebrada el año 1723, permanecía la flota de galeones fondeada en el puerto de Cartagena, por la inseguri- dad internacional. Cursó varias órdenes Castelfuerte para que su comandante se decidiera a levar anclas. Mas cuando el 14 de enero de 1726 enfilaban sus proas a oriente, la vista de 10 navíos de guerra al mando del almirante Hosier les obligó a continuar su estadía. Finalmente pudieron largar anclas en el puerto de Cádiz por el mes de febrero de 1728, ante el júbilo no disimulado de Felipe V, que presenció la arribada, y de los muchos mercaderes que estaban a la espera, acribillados de deudas. Aún pudo despachar Armendáriz otra flota en 1732 y una tercera en 1735, que transportó oro y plata en tejos y barretones, por valor de 4.093.484 pesos, de los cuales sola- mente 200.000 destinado al real erario; el resto era de particu- lares. En 10 años logró este virrey lo que en decenios precedentes no se había conseguido: una remesa de dos millones de pesos para su majestad. Procedía dicho caudal de cobros del quinto, de la media annata por los nuevos empleos, del tanto de los decomisos, de los derechos de avería, almojarifazgo y alcabala. REAL HACIENDA «Es la Real Hacienda, entre las demás partes principales de el cuerpo de un Reyno, el corazón de la opulencia, donde se forman los espíritus vitales del poder» (Relación). De su peso se cae que ni ingleses, ni franceses, ni holande- ses, ni portugueses habrían podido realizar tanto comercio fraudulento sin la colaboración activa de los nacionales (espa- ñoles europeos, españoles americanos, indios y mestizos). Por real orden de 29 de junio de 1728 se previno al virrey Armendáriz contra los fraudes en la acuñación del oro y de la plata. El primer fraude, difícil de eliminar, pese a los justicias, mayordomos y alcaldes de minas, lo ideaba el minero, esto es, el empresario de minas. Castelfuerte elaboró unas «Ordenanzas», por las que intentó proteger al empresario, al obrero y los derechos reales. El empresario rara vez llegó a superar una situación mediana; no fue caso extraño el de su total ruina por múltiples causas, técnicas, de mano de obra, de transportes, de gastos de fundi- ción, de aleaciones con un azogue que siempre le resultaba muy caro... Había en la provincia de Larecaja un cerro famoso por la calidad de sus minas de oro, cuya ley era de 23 quilates y 3 granos: Sunchull. Dos acaudalados sujetos, Miguel de Santiste- ban, corregidor de Canas y Canchis, y Rafael de Eslava, her- — 16 —
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