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tratado de Utrecht (11 de abril de 1713), ratificado al año siguiente en Rastatt. A cambio de la corona española, se entrega a Carlos VI Flandes y los dominios españoles en Italia, salvo la isla de Sicilia, que recibe el duque de Saboya. Francia queda con las plazas que nos había arrebatado en la Picardía y el Artois. Inglaterra retiene Gibraltar y Menorca (ocupación anglo holandesa en noviembre de 1708) y obtiene los desastrados privilegios del asiento de negros y del navío de permiso. Cataluña, dejada a su suerte, ha de rendirse a las armas de Felipe V. Tomó parte en el asalto de Barcelona el regimiento de dragones del marqués de Castelfuerte, que se había hecho temible por el castigo infligido a Manresa en aquella última campaña. POR UNA RACION DE MACARRONES Por un plato de macarrones, si la suerte no se hubiera mos- trado tan adversa ni el almirante Byng tan alevoso, pudo haberse mudado el curso de la historia. Dícese que el genial estratega, Luis José de Borbón, duque de Vendóme, era de refinadísimo paladar; y en ocasiones (cenas), de gula desmedida. Porque se cebó «en un gran pescado», la muerte hizo presa en el duque (Vinaroz, 11 de junio de 1712). Según se cuenta, y la murmuración sigue sustentada, cuando por el año de 1702 llegó Vendóme a Italia, fuele a presentar sus respetos el conde Alejandro Roncovieri, en nombre del duque de Parma, y se llevó como intérprete al abate Julio Alberoni, canónigo de Parma. Con su charla chispeante se granjeó la simpatía del duque y con el plato de macarrones, que cocinó para él, su perma- nente amistad. Distinguióle Vendóme desde entonces con el sa- ludo de «mi querido Abate», que le acompaña por Holanda, Fran- cia y España, adonde le reexpide Luis XIV, a la muerte del protec- tor, como consejero de los reyes. Por marrullérias del abate cae en desgracia la princesa de los Ursinos y se concierta el segundo matrimonio de Felipe V con Isabel Farnesio, hija del duque de Parma. La reina María Luisa había muerto en 1714, Cuando Alberoni se sintió árbitro de la monarquía española, propuso al monarca: «Si consiente V. M. en conservar este reino en paz por cinco años, tomo a.mi cargo hacer de España la más poderosa monarquía de Europa». Y aunque se siente no menos indignado que el soberano español por el tratado de Utrecht- Rastatt, finge ante las cancillerías extranjeras sumiso acata- miento, en tanto que, con el superintendente Patiño, prepara una escuadra tan estimable que Francia, Inglaterra y Austria se sienten recelosas y envían sendas embajadas para prevenir al español contra cualquier acción de guerra. Responde Alberoni con una vertiginosa y formidable expedi- ción de 12 navíos de guerra y 100 transportes, en que navegan, con víveres y pertrechos, 8.000 infantes, 600 caballos y 60 cañones. Con el fin de disipar suspicacias da a entender a los embajadores que se trata no más que de infligir castigo al emperador por sus agravios al rey católico. En la expedición, el marqués de Castelfuerte, teniente general del regimiento de dragones, a las órdenes del marqués de Lede, jefe de todas las armas. El 22 de agosto de 1717 comienza el desembarco en la isla de Cerdeña, gobernada por el marqués de Rubí en nombre de Carlos VI. La expugnación de fortalezas como Cagliari y Castel Aragonesa fue ruda y sangrienta. En dos meses de lucha la isla quedaba por España nuevamente. Dejó en ella el marqués de Lede 3.000 hombres al mando de José de Armendáriz y reembarcó para Barcelona.

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