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para acabar de hazer volar las murallas». Una de las partidas de reconocimiento hizo 10 prisioneros, 3 de a caballo; y por su imprudencia perdió un sargento y dos solda- dos. Otra, con solos seis caballos, desbarató una formación ene- miga de 40 infantes, de los cuales mató 15 y apresó cinco. «Les tengo tomados todos los pasos con mis partidas a su vista, por los costados y el frente». (Armendáriz a Grimaldo). Llególe la noticia de que se amenazaba con la horca al gober- nador de Salamanca, don Francisco Pablo Gamero, y a su corre- gidor don Juan Antonio Ceballos. Armendáriz envía un trompeta a Magallanes con nota escrita en que le previene que, si se le ocurre ejecutar semejante rigor con esos caballeros o con cualquier otro vasallo del rey, «hexecutaré yo luego lo mismo con sesenta prisio- neros que tengo de sus tropas, como también con los oficiales portugueses que están en Segobia». «Sentiré que llegase este caso, pues siempre he deseado la buena correspondencia que permite la guerra y el buen trato a los prisioneros. Yo espero que V. S. hará lo mismo y que no dará motivo a que nos ensangrentemos con ellos». Entre tanto y mientras llegan los regimientos de caballería de Solís y de San Vicente, mantiene al enemigo a raya, con sus 50 caballos que cada día salen a descubierta, y tan eficazmente «que el enemigo no se ha resuelto echar partidas ni hacer destaca- mentos para penetrar, pillar y quemar el País, como lo ha hecho desde Ciudad Rodrigo a Salamanca; pues no salía hombre de su campo que no lo pillasen mis partidas» (Armendáriz al secretario J. de Grimaldo; Nava de Alba, 24 sept. 1706). A las 8 de la noche mandaba ensillar los caballos y a la misma hora salía el piquete al frente de las escuadras, con las bridas puestas. A las 3 de la mañana se ensillaba el resto de la caballería, a la que se ponía bridas y gurupas, y se mantenía en la plaza de armas hasta las 6 de la mañana con el soldado a pie, agarrado a las riendas de su cabalgadura. A esa hora se retiran todos, menos los de guardia; se quitan sillas, bridas y gurupas y se da suelta a los caballos. Tres horas diarias en pie de guerra. Según comunicación que le trasmiten el sargento Velasco y el teniente Lechón, los generales Magallanes y Farel (inglés) habían levantado el campo el día 24 de septiembre, a las 5 de la mañana, al parecer por falta de vituallas y de pertrechos. «Puede creer V. S. -escribe Armendáriz al secretario Grimaldo-— cuánto celebro esto, pues con solos trezientos y cinquenta caballos he tenido tan estrechado al enemigo...». ' ANCLADO EN LA SUERTE INCIERTA Felipe V tuvo que renunciar a la villa y corte, ante el avance incontenible del ejército aliado que atravesaba Castilla a las órde- nes del marqués de las Minas y del milord Galloway. Por otra parte, malos vientos llegaban del norte europeo. La situación se pre- sentaba inquietante, y tenebrosa. Abrióse en esto una brecha de luz: la indolencia del aventurero conde de Peterborough, que había convertido en ocio sus deberes virreinales y en lectura del Quijote y galanteo de las valencianas sus confiados ocios. Castilla y León, Andalucía, las Vascongadas y Navarra brinda- ban al rey Felipe hombres y provisiones, mientras que a las tropas del archiduque (salvo excepción) negaban hasta el pan y la sal. Navarra equipó tres regimientos. Y la ciudad de Tudela envió al monarca una embajada con su ilustre ciudadano, Juan Antonio Magallón, que en su nombre le ofreció dinero, hombres y cuanto hubiera menester. Felipe V, que se hallaba en Jadraque casi a merced de sus enemigos, respondió con emocionado reconoci- miento a tan fina lealtad y les aseguró la marcha inmediata de altos
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