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sebo; 12 arrobas de bujías; 4 arrobas de jabón; 4 faroles de talco. Hubo de abonar Ezpeleta por importe de fletes 3.733 pesos y 3 y 1/2 reales; el resto, hasta 5.396 pesos, 6 reales y 3/4 se distribuyó entre las vituallas y su embalaje, sueldo - de 40 negros porteadores (40 pesos), del enfardelador, del carpintero, del albañil y del soldado panadero. El 24 de junio abandonaron Cartagena. Según los exper- tos, en 20 días se llegaba a Santa Fe de Bogotá; pero el matrimonio Ezpeleta viajaba con un niño de pecho y otro de haldas, encomendados a dos negras que, con otros dos negritos esclavos, habían mercado en La Habana; amén de que, como la navegación por el Magdalena ni se ofrecía pla- centera ni reiterable, procuró el virrey hacerla provechosa. Fue observando la falta y necesidad de poblados a sus már- genes y lo penoso de algunos tramos. Una vez asentado en el solio, halló oportunidad para desembarazar la gran vía flu- vial de arbustos y maleza, con el próximo arribo del nuevo arzobispo de Santa Fe, don Jaime Baltasar Martínez Compa- ñón, navarro de Cabredo y obispo celosísimo hasta entonces en la diócesis de Trujillo, del virreinato peruano (Temas de cultura navarra, n.? 252). A 20 de noviembre de 1790 le comunica Joaquín de Bengoa desde San Bartolomé el des- broce del río caudal por cuadrillas de vecinos. Al brigadier Antonio de Arévalo mandó levantar un plano del Magdalena y su dique. Y a lo largo de la gran arteria fue fundando entre otras, las poblaciones de San Agustín, San Buenaventura, San José de Nare y San José de la Paz o Garrapata. A medio camino entre Boyacá y San Gil, en una exuberante depresión tropical, la ciudad de Aratoca, que continúa bendiciendo la feliz iniciativa del inolvidable primer mandatario. El curso del Magdalena, ruta inexcusable para el comer- cio exterior, parecióle menos interesante para el tráfico inte- rior, singularmente desde el estrecho de Carare hasta la villa de Honda; no tanto por el lecho, como por las incursiones de los indios yariguíes y por los asaltos de los forajidos que pululaban a lo largo de sus riberas. Un camino paralelo a su afluente el Opón, debidamente vigilado, soslayaría tales inconvenientes y daría mayor fluidez a la exportación de las harinas de Leiva, azúcares y dulces de Vélez, algodones y manufacturas bastas de Socorro y de San Gil, que eran los núcleos más poblados y más abundantes en toda la región (EZPELETA, “Relación de mando”). Desde el siglo XVI! has- ta los días de su predecesor inmediato, Gil y Lemos, múlti- ples veces se había venido forcejeando por aquella nueva ruta. Nombróse por jefe de la expedición a don José Ramón Daza, al que deberían acompañar, por voluntad de Ezpeleta, tres capuchinos de la ciudad de Socorro para adoctrinamien- to y reducción de los indios yariguíes. Organización y gastos corrieron después por cuenta del recién creado consulado de Cartagena, que, por mantener expedita la vía Cartagena- Magdalena, a lo largo del canal de Mahates, venía percibien- do, merced a gestiones de dicho virrey, un medio por ciento de cuantas mercancías entraban por aquel puerto. En su Relación de gobierno recomienda vivamente a su sucesor Mendinueta la continuación de una obra pública tan ventajosa, que aún en el día sigue prestando servicio. Desde Honda a Santa Fe hubo de pagar otros 376 pesos por el transporte de personas y equipaje a lomos de mula. Treinta y dos leguas (unos 150 km.) de ruta empinada, entre selva tupida de árboles corpulentos, bananos y cafeta-

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