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y se negó a obedecer. Cuando insistió el virrey en que se recrecían las quejas de los pueblos por los atropellos de la soldadesca, respondió que diera una orden a las justicias para que aprontasen las raciones, y se evitaría la violencia. Aunque Ezpeleta culpó a simple orgullo aquella respues- ta altanera una carta interceptada le convenció de que Mina proyectaba alguna sedición. Y dio cuenta a la corte de Madrid. Por un decreto de 15 de septiembre se privaba al mariscal del mando de su División Navarra de voluntarios y se le destinaba a vida y sueldo de cuartel, en Pamplona, lo que equivalía a situación de reserva. Responde Espoz y Mina con una sublevación, que esperó prendería en todo el ruedo ibérico; pero sus mismos oficiales y soldados se negaron al asalto de Pamplona y su ciudadela (noche del 25 al 26 de septiembre). El regimiento de Górriz regresó a Puente la Rei- na, en donde a punto estuvo de morir el guerrillero Mina a manos de sus soldados, que vitoreaban con entusiasmo a Fernando VII y al conde de Ezpeleta. El conde, en largo comunicado, refirió a la Diputación de Navarra aquella peripecia; y en un bando al reino (6 de octu- bre), después de dar cuenta del fallido intento, notificaba que un tribunal militar había degradado y pasado por las armas al coronel Górriz y que su majestad había ordenado “poner a pregón las personas de los facciosos, ofreciendo a los que los presenten, vivos o muertos, el premio que me parezca”. Ezpeleta se mostró un tanto despectivo con Espoz y Mina cuando a la oferta de mediación para atraerse al maris- cal replicó: "Me interesa muy poco tener un soldado más o menos”. El 13 de marzo de 1820, a los dos meses y medio de la sublevación de Riego y Quiroga, se apeaba el mariscal Espoz y Mina ante el portal n.? 65 de la calle Mayor de Pamplona, para ponerse a las Órdenes del virrey, conde de Ezpeleta. Ni To hizo por cortesía ni por gesto caballeresco. Era el reto del guerrillero, a popularidad. El día 4 de marzo, al enterarse el virrey de Navarra de la entrada furtiva de Espoz y Mina, fugi- tivo de Francia y refugiado en una borda del término de Zubieta, había publicado un bando en que alentaba a los navarros a tomar las armas “contra aquellos aventureros sin bienes ni familia, que sólo trataban de introducir el desorden para satisfacer su codicia y ambición”. Y aquel 13 de marzo, Espoz y Mina, empujado por una multitud espesa y vocife- rante, simulaba rendirle una pleitesía que le negara cuando el favor popular estaba con el conde. Fernando VII nombró a Espoz y Mina comandante gene- ral de Navarra y dio la jefatura política al corellano Miguel Escudero, que no llegó a tomar posesión por miedo al guerri- llero constitucional o a la chusma de sus adictos. Ezpeleta se retiró a la vida privada. El 24 de agosto de 1820 unos solda- dos del batallón de Barcelona, que recorrían las calles al son de sus músicas, tuvieron el mal gusto de insultar al presti- gioso conde de Ezpeleta. El pueblo pamplonés reaccionó indignado. Con el sentimiento doloroso y admirativo de sus compa- triotas, curados de la fiebre revolucionaria, murió el Excmo. don José de Ezpeleta y Galdeano, conde de Ezpeleta de Bei- re, en Pamplona, un 23 de noviembre de 1823. pe pa

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