BCCCAP00000000000000000001743

sus planes, secretamente concertados con Napoleón, basta- ba con la penetración de las fuerzas de Dupont y de Moncey hasta Portugal. Errada pudo parecer la política de Florida- blanca; pero las piruetas de aquel clown palaciego, disfraza- do de príncipe de la paz, trastornaron la bitácora del pueblo español. Al requerimiento de Ezpeleta respondió altanero Duhes- ne que no obedecía otras Órdenes que las del emperador. Ezpeleta reunió en consejo a su estado mayor; otro tanto hizo con sus conselleres la ciudad de Barcelona. Y unos y otros de consuno acordaron que, a tenor de la política del gobierno central, tendría que recibírseles como amigos, con paz y agasajos. El día 13 de febrero entraba en la ciudad condal la primera división francesa; y el día 15 otra segunda, compuesta cada una de ellas por unos 4.000 combatientes. Duhesne colmó su perfidia con la ocupación engañosa de la ciudadela y del castillo de Muntjuich. Ezpeleta, igno- rante como el resto de los jefes de plaza (San Sebastián, Pamplona, Burgos, Madrid) de las secretas alianzas cortesa- nas, juzgó imprudente organizar una resistencia tardía, por respeto a la ación civil. Pero cuando el comandante Duhesne presentó a su firma un edicto en el que, después de reconocerle como capitán general, con pleno uso de sus facultades militares y políticas, se le obligaba a dar cuenta de sus actos de gobierno como lo habría hecho con el de Madrid, replicó que no acataba semejante subordinación ni estaba dispuesto a continuar bajo tal dependencia en el mando político y militar. Duhesne le declara en rebeldía y ordena su arresto en la ciudadela el 18 de septiembre de 1808. Al coronel Pagot, comandante de ella, le previene que le permita moverse libremente por su recinto, porque ha pro- Pa no intentar la fuga ni tramar contra la seguridad de la plaza. Desde la ciudadela escribe Ezpeleta el 26 de octubre a la junta suprema que consideren su situación y la de sus sie- te hijos y procuren canjearles con algún general francés apresado o de otro modo; pues se le hace “muy sensible estar ocioso quando todos trabajan y que lo están también mis dos hijos (José, teniente primero y Joaquín, teniente segundo del real cuerpo de guardias españolas) en la flor de su edad y que desean sacrificarse como es su obligación en el servicio de su Rey y de su Patria”. Fueron deportados a Carcasona. José logró fugarse, hacer la guerra y, por su valor a prueba de sangre, ganarse el bastón de mariscal de campo. VIRREY DE NAVARRA Cuando el mariscal Espoz y Mina acababa apenas de rendir el castillo y ciudadela de Jaca y tenía puesto cerco a la plaza fuerte de San Juan de Pie de Puerto, y un mes antes de firmarse el cese de las hostilidades, entraba por Figueras (22 de marzo de 1814) Fernando VI!, el Deseado. Dos nava- rros insignes, prisioneros en Francia por su fidelidad realista, regresaron al tiempo: el teniente general Pedro Mendinueta y Múzquiz, que continuó viaje a Madrid, y el teniente general José de Ezpeleta y Galdeano, que se recogió en su casa de 0

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz