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Ezpeleta, que no podía oponerse a lo resuelto por la Jun- ta de estudios, buscó y preparó el desenlace que triunfó con su sucesor Mendinueta: destinar el colegio de San Bartolo- mé para la formación de los clérigos y reservar el del Rosario para las disciplinas seculares; en este centro al menos, podrían multiplicarse las cátedras modernas. Otro grupo de colegiales, los del Rosario (José Mutis, Miguel Rocha, Ramón Zúñiga...) se dirigen a Ezpeleta en res- petuosa solicitud para que rectifique su decreto por el que había reducido a mes y medio las vacaciones veraniegas; y que restaure la vieja costumbre de los tres meses, conforme quedó acordado en 1785, en que se suprimieron las huelgas y asuetos intersemanales; pues que tras nueve meses segui- dos de curso, bien se precisaban estos tres meses de vaca- ciones para visitar a los padres, que hartas veces moraban a muchas leguas, y vivir con ellos unos días de familia. RECUPERACION ECONOMICA Un navarro, el arzobispo Baltasar Jaime, fue el mejor colaborador del virrey Ezpeleta en sus afanes de vicepatrono cultural (real universidad, reales colegios) y eclesiástico (conversión de los motilones, andaquíes, chimilas, yariguíes y guajiros); y otro navarro, Juan Martía de Sarratea y Goye- neche, natural de Berroeta en el valle de Baztán, superinten- dente de la real casa de moneda de Bogotá, su auxiliar más rendido en el orden financiero. Refiere el virrey, en su Relación de gobierno, que su predecesor, el arzobispo virrey, Caballero y Góngora, dejó empeñado el erario público, por causa de la guerra, en 2 millones de pesos, invertidos principalmente en dotar la armada de Cartagena de 32 nuevas embarcaciones, servidas por 10.000 hombres. Logró Ezpeleta redimir 1.934.080 pesos, más el importe de sus correspondientes réditos y librar, al menos por un año, las reales cajas de Lima del situado de 260.000 pesos que solía enviar a Panamá; a mayor abundamiento, nunca falló en la remesa de caudales a España: y, al cesar en el mando, aún quedaron en Cartage- na otros 400.000 sobrantes de todos los ramos del erario, con destino a la península. Por vez primera se había conse- guido un superávit presupuestario (a. 1794), pese a que habían menguado los ingresos, durante el último quinque- nio, en cerca de dos millones. Afortunadamente prosperó el comercio interior con el cacao y algodón de Vélez y de Girón, el tabaco de Ambalema, las salinas de Zipaquirá y los azúca- res de Guaduas, que Ezpeleta intentó desgravar, como el cacao y el palo de Brasil, de tantas aduanas interiores; hubo por lo mismo algún aumento en el ramo de alcabalas. No logró en cambio el libre comercio para la quina neogranadi- na, debido a las preferencias reales por la de Loja y Callisaya, y de otros montes de la jurisdicción de Quito; tampoco pudo conseguir de la metrópoli cercenar la competencia del aguardiente español de uva ni del procedente de La Habana. “No puedo por todo lo dicho vanagloriarme de que en mi tiempo haya logrado el Erario considerables aumentos; y antes bien confieso de buena fe la grande decadencia que han experimentado algunas rentas, sin embargo de mis di
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