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—E Y tes, aquella empresa teatral causó a sus promotores más disgustos y desabrimientos que ganancias. Aunque desde mediados del siglo XVI funcionaron en Santa Fe algunas cátedras de latinidad y de lenguas indíge- nas (Fray Alonso de Zamora, dominico), el establecimiento definitivo de los dos célebres colegios bogotanos, tan vincu- lados a la historia de Colombia, el de Nuestra Señora del us y el de San Bartolomé, ha de datarse en el siglo El primero, encomendado a los padres predicadores, brillaba por sus estudios de latinidad, ciencias jurídicas, medicina y matemáticas; el segundo, fundado y dotado por el arzobispo Bartolomé Lobo Guerrero, se encomendó a la compañía de Jesús, con la doble misión de colegio secular y seminario sacerdotal; los estudios de latinidad se completa- ban con los filosóficos, teológicos y de cánones y jurispru- dencia. La colación de grados continuaba en tiempo de Ezpeleta reservada a la universidad de Santo Tomás, que triunfó de las polémicas suscitadas en tiempo del virrey Guirior. Un buen día del año 1791, 25 estudiantes del colegio de San Bartolomé, respaldados por sus rivales del Rosario, firman de su puño y letra (Pedro Ricaurte, |. de la Cerda, Camacho, Eguiguren...) una petición al virrey Ezpeleta: quie- ren un profesor que les instruya en física, matemáticas, botánica y ciencias naturales; en suma, “un Profesor que nos haga conocer el suelo que habitamos y las riquezas que nos rodean... El Catedrático del Colegio podrá enseñar a los que quieran el rancio peripato; nosotros estamos dispuestos a no dar entrada a nuestro espíritu a esa Filosofía delirante, que corroe el entendimiento y el corazón, destruye la elocuencia y convierte a los hombres en fanáticos idólatras de su opi- nión”. Expresiones son éstas de la pasada contienda, cuando la reforma intentada por Guirior y el fiscal Moreno y Escan- dón. . Abogan por Newton y Descartes, frente a ese Goudin (escolástico) que no quemaron en auto público por no apelar a los métodos violentos; y por la misma razón renunciaron a hacer una sentada en la clase de latinidad. Confían en que virrey tan docto como Ezpeleta entienda, sin más demostra- ciones, la verdad de su razonamiento. Proponen como cate- drático de esta nueva filosofía a don Joaquín Gutiérrez, pasante del colegio de San Bartolomé en latinidad y artes. Están dispuestos, para dotar la nueva cátedra, a prescindir del pan que les facilita el colegio, y destinarle los 572 pesos que anualmente cobra la panadera. No obstante, dada su formación “y aunque resueltos a padecer la última ignominia antes que abrazar el Peripato, jamás faltaremos a nuestra obligación”. Ezpeleta reúne la junta de estudios, de la que forman parte el arzobispo metropolitano, los oidores de la real audiencia y los rectores de la universidad de Santo Tomás y de los colegios de San Bartolomé y del Rosario. Se acuerda continuar el plan escolástico de la junta general de 13 de octubre de 1779, aprobado por su majes- tad, y continuar con el P. Goudin, aunque se permite al pro- fesor omitir las cuestiones que juzgare de ningún interés. Y en todo lo demás, deberán dictarse las clases a la letra, según los autores y textos que en aquella ocasión se señala- ron. “Y que a ningún catedrático le sea facultativo regentar por sustituto su cátedra”. ds MIES
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