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doña Clemencia Caicedo y López, mujer del oidor de Santa Fe, don Joaquín Aróstegui y Escoto, para la educación de las niñas. Uno y otro, arzobispo y virrey, supieron valorar lo femenino como agente valioso de civilización. Estaba regido el centro educacional por religiosas que eran maestras no sólo en el escribir, leer y cuentas, sino en las artes de “hacer toda clase de labores de color, con sedas e hilos de oro... hacer medias, encajes y botones espigados; remendar, hilar, pedacear medias y cogerles los puntos”. Ambos jerarcas, político y eclesiástico, coordinaron sus esfuerzos en la creación y sostenimiento de escuelas de pri- meras letras. La amistad de don José de Ezpeleta con el sabio presbí- tero gaditano, don José Celestino Mutis, no se redujo a sim- ples tertulias literarias sobre temas tan candentes como las minas de Mariquita o la excelente quina “collisalla”, superior a la misma de Loja, sino que procuró dar acomodo (entre carrera 7 y calle 8) al instituto de la “expedición botánica”, para que allí pudiera establecer su residencia, gabinete de estudio, museo, biblioteca, academia y hasta una parcela de jardín botánico. En torno a Mutis se formaron ilustres mate- máticos, físicos y botánicos, como fray Diego García, Fran- cisco Antonio Zea, Jorge Tadeo y Lozano, autor de una “Fauna cundinamarquesa”, Sinforoso Mutis (sobrino de J. Celestino), Francisco José de Caldas y muchos otros no menos célebres como políticos de la emancipación que como naturalistas. Monumento sin rival de aquel instituto son los copiosos estudios y los miles de láminas de la flora colombiana que parcialmente recogerán los 52 volúmenes del Instituto de Cultura Hispánica, iniciados en 1954. Como tarea tan ingente no podía realizarse sin fuertes arañazos a las rentas reales, Mutis hubo de justificarse ante el consejo de Indias, bien respaldado por Ezpeleta, que había visitado reiteradamente el taller de dibujantes en que no menos de 14 expertos copiaban las plantas. Por el mecenazgo de Ezpeleta, publicó el capitán del batallón auxiliar, Joaquín Durán y Díaz, una “Guía de foras- teros del Nuevo Reyno de Granada”, que, en su segunda edición, ampliada con varios cuadros sinópticos, se tituló “Estado General de todo el Vireynato de Santa Fe de Bogo- tá”, con datos acerca de todos los funcionarios, civiles y eclesiásticos, y sobre el mecanismo político administrativo. El 25 de mayo de 1792 elevaron una propuesta al virrey los comerciantes Josef Thomás Ramírez y Josef Dionisio del Villar sobre erección de un coliseo o teatro público, “para divertimiento y escuela de instrucción”. Se comprometían a doble función semanal (jueves y domingos), compuesta de sainete, comedia y tonadilla. La empresa estaba financiada por el citado Ramírez, “en compañía de otro sugeto, el cual no quiere suene su nombre”, que debe de coincidir con el de don José de Ezpeleta. Los planos, que remedaban el teatro de la Cruz, de Madrid, fueron obra del ingeniero Esquiaqui; el reglamento, del oidor Juan Hernández de Alba. Se prohibía fumar, salvo en los pasillos y patio; se recomendaba com- postura y silencio; y se prohibía permanecer sentados a los que no vistieran traje, sino simple ruana. Se representaron comedias de Calderón y sainetes de Ramón de la Cruz. Sea por la oposición no disimulada del arzobispo, sea por las prédicas de los frailes capuchinos del hospicio de Bogotá, sea por otras causas menos moralizan- nds
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