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Frente a la estatua enhiesta del “Libertador” y sobre la escalinata del palacio de congresos de Bogotá desfilan a modo de cortejo triunfal, en letras de bronce, los héroes y heroínas creadores de la grandeza e independencia colom- bianas. Entre los precursores, algunos mandatarios de la lla- mada etapa colonial, vasallos insobornables de la corona y servidores incondicionales del Nuevo Reino de Granada. Sus nombres, en placa de mármol, flanqueados por ramos de laurel en bronce: “LA REPUBLICA/A/LOS MAS ILUSTRES GOBERNANTES/DE LA/COLONIA/ANDRES DIAZ VENERO DE LEIVA/JUAN DE BORJA/JOSE DE EZPELETA/PEDRO MENDINUETA Y MUZQUIZ./20 de Julio de 1910”. EL PALACIO VIRREINAL Entre 12 de la noche y una de la mañana del 28 de mayo de 1786, cuando el arzobispo virrey, don Antonio Caballero y Góngora, se hallaba en Turbaco, ardió el palacio de los virreyes con tales bríos que se perdió mucha parte del mobiliario, se quemaron varios cuadros valiosos y desapare- ció su rica tapicería. Duró el fuego hasta las cinco de la tar- de. “Ha sido preciso descubrir las cabeceras de las vigas, que empezaron a incendiarse y se han reconocido inservi- bles” (Oidores de la real audiencia al arzobispo virrey; Bogo- tá, 31 de mayo de 1786). Todavía a principios de diciembre de 1788 se estaba apuntalando el edificio; hasta la pared de la cochera se había derrumbado sobre la carroza del virrey, y la dejó tan malparada que ni después de consumidos 230 pesos en reparaciones pareció bien ofrecerla en pública almoneda. El primer año de su estancia en Santa Fe tuvo que resi- dir Ezpeleta en la casa 3-16 de la calle décima, típico barrio colonial de la Candelaria. Y se decidió a comprarla. Al rumor de la leyenda (sin retazos de historia) en ella habría instalado a su amante. Ni se aviene con su prudencia vecindad tan cercana a palacio, ni basta una ligera leyenda para mancillar su honradez sin tacha. Quizá por tantas consejas de maligna intención dícese que por las noches vagaba el fantasma del virrey Ezpeleta, vestido con casaca de terciopelo verde y golas de encaje; y que a hora fija desaparecía por un escoti- llón. Los antiguos dueños de la finca excavaron desaforada- mente y dieron con el “santuario”, mas no con el fantasma. Por desgracia destruyeron un elemento cultural importante. En la actualidad ha sido restaurado el edificio por el arqui- tecto Luis Rodríguez Lamus y en él se ha domiciliado la fun- dación “Alzate Avendaño”, centro activo de cultura y, sin incompatibilidades ñoñas, hogar generoso de las clásicas empanadas santafereñas. Se ha dado el nombre de los que fueron gratos embajadores de Colombia en España. La viu- da, doña Yolanda Ronga de Alzate Avendaño, recuerda con nostalgia aquellos años en que pudo apreciar la hospitalidad ibérica y la variedad y encanto de su paisaje. Le impresionó especialmente Granada con su Alhambra y su Albaicín. El palacio virreinal no fue sólo el centro político, judicial y financiero como residencia del virrey y salón de sesiones de la real audiencia y del tribunal de cuentas, sino refugio de oprimidos y menesterosos y academia abierta a lo más gra-

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