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con todo el cabildo, la real audiencia, el tribunal de cuentas y las autoridades eclesiásticas. Al cabo de tres días de audien- cias, banquetes, música y luminarias se encaminaron todos hacia la capital bogotana. El virrey cesante, excelentísimo don Francisco Gil y Lemos, salió hasta el puente de Aranda, desde donde ambos mandatarios con su cortejo y flanquea- dos por el batallón auxiliar y guardia virreinal a caballo conti- nuaron hasta la iglesia catedral, en donde se cantó el Te Deum por la feliz travesía. El 31 de julio de 1789 juró su cargo en la sala del dosel y recibió de manos de su predecesor el bastón de mando. Se gastaron en el recibimiento, por cuenta de la real hacienda (las arcas municipales estaban exhaustas), 4.466 pesos, 4 reales y tres cuartillos, de los que 1.437 pesos, 4 y medio reales se invirtieron en los inexcusables banquetes de protocolo. No faltaron frutas frescas de España (sic), ni vinos de Alicante, Málaga y Burdeos. El resto del presupuesto se repartió entre los músicos (40 pesos) y las luminarias, el sargento, cabo y cuatro solda- dos “que asistimos en todo tiempo que se estubo compo- niendo y hadornando el palacio de Su Excia”"; y el mobiliario, vajilla y aderezo residencial: 30 ollas cazuelas de barro bar- nizado, 3 cajones grandes para guardar la legumbre en la despensa, dos docenas de candelabros y dos de bacinillas, hechura de cuatro colchones, madera y herraje de puertas y ventanas, dos docenas y media de vasos de cristal, medias cañas doradas a fuego (se gastaron 24 libros de oro, propios de batihoja), una cama con baldaquino, un repostero sobre 8 columnitas, 3 docenas de sillas de brazos, dos canapés forrados en damasco, mesas de comedor y para repostería, una arroba de velas de esperma de ballena y otra de cera blanca, cortinas con sus guardapolvos... Al organizador de los festejos, don Ignacio de Andrade, se le concedió una gra- tificación de 100 pesos por su trabajo. Cronistas, historiadores y analistas de toda laya (Vargas Jurado, Sáenz Restrepo, Ibáñez, Groot, Hincapié, Sergio Ortiz...) saludan la entrada de Ezpeleta en el Nuevo Reino de Granada como el alborear de una nueva era. Giraldo Jarami- llo, en el prólogo a las Relaciones de mando escribe: “D. José de Ezpeleta cumple con dignidad, consagración y efica- cia. Su gobierno señala un cambio substancial en las cos- tumbres coloniales, de insospechadas repercusiones”. Los virreyes del siglo XVIII, entre los cuales el mismo historiador destaca a cuatro navarros (Eslava, Guirior, Ezpeleta y Men- dinueta), son los verdaderos creadores de la nacionalidad colombiana (supuesto el precedente de la real audiencia, tan elogiada por el presidente de Colombia López Michelsen): Guirior incita a los neogranadinos, en su plan de mejora agrí- cola y reparto de tierras baldías, al engrandecimiento de la patria; Ezpeleta y Mendinueta, con su espíritu liberal e ilus- trado y su fomento de la economía y de las buenas letras, despiertan en los criollos una conciencia nacional, segura de sí misma y fiel, por el momento, a la corona española. “Las grandes figuras de la independencia —concluye G. Jaramillo— Miranda y Nariño, Bolívar y Santander, Sucre y Córdoba, Páez y Rondón, no son los padres de la patria, sino más exactamente los hijos de la patria, que supieron defen- derla y libertarla, organizarla y dotarla de elementos jurídicos y de los medios económicos para que pudiera sobrevivir y alcanzar su pleno desarrollo”.

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