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Como brigadier y coronel de dragones del regimiento de Sagunto servía Jáuregui al rey en la ciudadela de Pam- plona, cuando le nació María Francisca Inés de Jáuregui y Aróstegui, bautizada en la parroquial de San Juan Bau- tista el 21 de enero de 1764. Fue, tiempo andando, mujer de su tío el ilustre pamplonés don José Joaquín Yturri- garay y Aróstegui, qu de su madre, y virrey de México en los albores del siglo XIX. Un hermano de Inés, el comandante de granaderos de reales guardias, don Ma- nuel Francisco de Paula Miguel Vicente Hermógenes na- cido y bautizado también en Pamplona, el 20 de abril de 1767, actuará como hombre de confianza del Principe de Asturias, Fernando, en el motín de Aranjuez y se pre- sentará en México a su cuñado Yturrigaray, por el mes de agosto de 1808, para trasmitirle las consignas de la Junta Provincial de Sevilla y garantizar la fidelidad mexicana a la majestad de Fernando VII. Como fervoroso constitucio- nal rnó en 1813 y en 1820 la capitanía general de Sevilla, aquel denodado fernandista. LA AVENTURA CHILENA Por real cédula de 25 de junio de 1772, confía Carlos !Il a su fiel servidor, el mariscal de campo, don Agustín de Jáuregui y Aldecoa, la presidencia, el gobierno y la capi- tanía general de Chile. Embarcó en Cádiz con su secre- tario, don Simón de Dolarea, navarro (y sospecho que de Azpilcueta) y con su hijo Tomás, teniente de la compañía de dragones de la reina. Dejó en España al resto -de su familia, sujeta, por incoherencias del erario público, a in- nobles estrecheces económicas. A 6 de marzo de 1773, le recibía como su gobernador el cabildo o ayuntamiento de Santiago. «Sobresalía en su carácter —escribe el his- toriador chileno Vicuña Mackenna— cierta rigidez discipli- naria, que arrancaba de sus hábitos militares; y una aus- teridad de costumbres, que anidaba en su pecho con la pureza de un precepto, era la fuente de graves severida- des para con los demás ¿ especialmente con sus gober- nados. Tenía la energía de Amat (prestigioso virrey del Perú a la sazón) pero hacíase aquélla mayor y más eficaz, porque no la revestía la brutal y por lo tanto efímera fuerza de la cólera ni la grosería de las formas y del lenguaje». Acaeció un día (15 de abril de 1773), que cierto ca- ballero atropelló mortalmente con su potro a un transeúnte por las calles de Santiago. En consecuencia, el gobernador Jáuregui mandó publicar un bando a tenor del cual se multaba con cien pesos y pérdida de la cabalgadura al señor que galopase por las calles, cometiera o no atro- pello; a reclusión en la cárcel pública por seis meses, si el encausado no era de condición noble; y a cárcel y 200 azotes, si fuese de condición servil. Halló Jáuregui muy buenos colaboradores en Chile: los oidores de la Real Audiencia, aunque sus fiscales Cerdán y Blanco iniciaran una feroz campaña contra él y su pre- sunta camarilla; el calumniado y heroico don Luis Manuel de Zañartu, hidalgo de Oñate, terror del hampa, corregidor y justicia mayor de Santiago por espacio de veinte años

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