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EL 06ASO0 Muchos afanes eran aquéllos para soportarlos sin mella cuando se han cumplido los 70 años de edad. Pues aún se le añadieron muchos otros: atenciones del Real Patro- nato; organización de empresas misionales entre los indios no civilizados; formación, aunque no pudo cumplirlo a la medida de su deseo, de pueblos y doctrinas, si bien el asunto «era verdaderamente digno de incubación... porque una de las causas de que resulta el atraso de los indios en nuestra Religión Católica consiste en estar situados entre punas y parajes tan escabrosos, que nadie sino ellos habitan» (R de A. Jáuregui); conflictos de régimen interno en que, como a vicario del Real Patronato, le en- redaron frailes y monjas de Jima, Cuzco y Arequipa; edic- tos sobre la casa y la lucha de gallos y sobre otros en- tretenimientos y farsas; reorganización de las cátedras en la universidad de San Marcos, imponiendo la provisión por competencia y no por simple nombramiento; sustitución de la de Idioma Indico, vacante desde muchos años atrás, por la de Filosofía Moral; apoyo gubernativo y financiero al médico francés Dombey y a los naturalistas alemanes que recorrieron el virreinato en busca de piedras y de plantas para sus museos de Berlín y de París. Y, por úl- timo, y fue para él la puntilla, intervención en los procesos que por supuesta complicidad se incoaron contra su anti- guo colaborador en las paces, el obispo Moscoso y Peralta, y contra los Ugarte, Capetillo, Palacios y otros criollos a los que se tachó de ciertas connivencias con los últimos rebeldes. Algún alivio pareció procurarle la visita de fray Miguel de Pamplona, González Bassecourt, recién electo obispo de Arequipa, al cual, su antiguo compañero de armas, Carlos III, le despidió en Madrid con estas frases de viejo cama- rada: «Ahora sé que sabremos la verdad de cómo aquello queda, pues tú no tienes otro interés que el de decirla». * El 4 de abril se presentó el relevo: el Excmo. Sr. don Teodoro de Croix, Teniente General de los Reales Ejérci- tos, Caballero de Croix y Houchin, promovido al virreinato de Lima desde finales del año anterior. Desembarazado de su gobierno, se disponía don Agustín de Jáuregui a re- gresar a España, «quando fue asaltado de un insulto apo- plético que en cinco días le privó de la vida». Falleció el 29 de abril de 1784. Por evitar gastos de traslado, se le enterró en la misma ciudad de Lima, en la sala capitular del convento dominicano de Nuestra Señora del Rosario, «sin que hubiesen dado cosa alguna». De li- mosna. «El pueblo conservó por varios años —comenta el historiador chileno Barros Arana— el recuerdo de su des- interés y de su probidad, contando que ni siquiera había dejado dinero para enterrarlo». Su mejor elogio fueron aquellas aleluyas con que anun- ció el propio virrey Jáuregui los saludables efectos de su indulto general, en carta a Carlos lll: «Estos felices su- cesos, que han colmado a todos de consuelo, por consi- derar ya enteramente restablecida la paz y sosiego del reino, me ratifican en lo mucho que pueden la suavidad y dulzura con estos naturales, y que el modo más seguro de mantenerlos tranquilos es ponerlos a cubierto de toda vejación y agravio». Agustín de Jáuregui, prudente, tolerante y benévolo, no desmintió, como gobernante y como navarro, el espíritu de la tierra baztanesa de la que procedía. YY a

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