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ELOGIO DE JAUREGUI El 27 de agosto de 1781, cuando era ya pública la ges- tación del indulto precedente, pero cuando aún se cernían por el aire las cenizas de los últimos ajusticiados (14 de júlio), determinó la universidad de San Marcos (Lima) hacer al virrey Jáuregui el recibimiento oficial, como vicepatrono de dicha entidad. En un volumen, titulado TEMPLO DEL HO- NOR Y LA VIRTUD, se publicaron los discursos y poesías, en latín y en castellano, que exaltaban la virtud y el honor del nuevo vicepatrono. Destacó entre todos, por su reso- nancia inquisitorial y publicitaria, el ELOGIO DEL EXCMO. SR. D. AGUSTIN DE JAUREGUI Y ALDECOA, leído por don José Baquíjano y Carrillo, criollo peruano, catedrático de Leyes en dicha universidad. El magistral de la catedral de Buenos Aires, doctor don Baltasar Maziel, también criollo y buen conocedor de Ba- guíjano, calificó dicho discurso de «mordazmente satírico», tanto por aquellas frases hiperbólicas, hueras, yermas de hechos concretos, en loor del virrey Jáuregui, como por aquellas otras, duramente aceradas, en que sin muchos tapujos venía a encararse con Gálvez, el ministro de In- dias. No le nombra, pero le define al aducir el caso fatí- dico de otro primer ministro de Carlos XIll de Suecia. «Todo el mundo al primer golpe de ojo reconoció el blanco a que se asestaban tan sangrientos tiros». Y aque- llos tiros embravecieron a la Villa y Corte porque con ellos se atacaba al rey mismo-y su política, aun cuando Baquíjano, según tradicional reverencia, distinga entre uno y otro: «El fiel americano te ama, venera y respeta» —dice dirigiéndose a Carlos Illl—. «La persona que con sus ca- lumnias trata de malquistar al rey con sus vasallos es digna de tu enojo y de que perezca víctima del abati- miento, la execración y el odio». Incumbencia es del nuevo virrey librar al pueblo americano de la opresión y dae la esclavitud en que gime. Baquíjano nunca habría atacado a Jáuregui; primero, por- que a todos era notoria su actitud conciliadora en los conflictos civiles, todavía palpitantes; segundo, porque se- gún se puso de manifiesto en los pleitos universitarios sobre la elección del nuevo rector, se guardaban mutuas deferencias. Aquellas hipérboles brotaron de ignorancia o de falta de relieve en el pasado; y en su actuación pre- sente, intuyó Baquíjano el contraste del espíritu generoso de Jáuregui con las ejecuciones del Cuzco y las alcabalas de Areche, respaldado hasta aquel entonces por el mar- qués de la Sonora, don José Gálvez. Consta el folleto de 80 páginas, más de la mitad de las cuales están amasadas con soflamas de espíritu auto- nomista y ataques solapados al colonialismo. Calificólo Areche de «execrable elogio», y el Consejo de Indias, de «libelo sedicioso». La Inquisición lo condenó por sus ideas ultramontanas. Y Carlos !ll lo mandó secuestrar. Jáuregui logró recuperar 312 de los 600 ejemplares que se impri- mieron y los remitió a Gálvez, «acomodados en un cajón forrado en crudo, rotulados para V.E.». Es evidente que si Caro Baroja lo hubiera leído, habría poe la alusión que hace a él en «La Hora Navarra el XVill».

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