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trajes de gentilidad y de trompas o caracoles marinos; que nadie se tirme Inca y que se les obligue a aprender la lengua castellana, disposiciones transitorias que quedaban al arbitrio de S. M., introduce el virrey algunas observa- ciones dictadas por su espíritu generoso y comprensivo. Prefiere que en lugar de suprimir los cacicazgos se procure ganar la voluntad a los caciques, tratándoles con mayor deferencia, y no como hasta ahora, en que el trato «por lo general ha sido áspero e inductivo del desagrado u odio que en la actualidad más que nunca han descubierto tener a los españoles... respecto de que la suavidad y dul- zura, el agasajo y buen semblante se podían hermanar muy bien con la autoridad, inspiraban sentimientos muy contra- rios a los que imprimen el rigor, el desprecio y vilipendio, como me había enseñado la experiencia con los indios de Chile, quienes desde que comenzaron a experimentar la estimación y buen trato... se sujetaron a todo lo que tuve a bien disponer, para que viviesen en paz y se mantuviese el reino en tranquilidad, lo que también podría verificarse en éste...» Que pues las circunstancias actuales no permi- tían celebrar parlamentos como los de Tapihue, procuren los corregidores y curacas manifestar a los indios cuánto ha sentido el virrey la efusión de tanta sangre y su vo- luntad pronta a escucharles y a atender sus reclamacio- nes. (Areche se burlará donosamente de tales parlamen- tos). Y que, por el momento, concedía perdón general a cuantos implicados en tales crímenes se restituyeran pa- cíficamente a sus casas, Respecto a «aquellas costumbres que no se oponen a nuestra sagrada religión, sino a mejor gobierno y policía de los indios», insinuó al visitador Areche que diera a en- tender a los jueces territoriales y corregidores, destinatarios de las copias legalizadas de la referida sentencia, se abs- tuvieran por ahora de prohibir tales trajes, farsas, comedias y trompas marinas en forma coercitiva; que se limitasen a observar cómo iban cumpliendo lo mandado, y que diesen cuenta de lo que observaran. Elogió a Areche el establecimiento de escuelas de len- gua castellana, «para que sólo se hable este idioma: que, mediante esto solo, se podrá conseguir su perfecta instruc- ción en los principales misterios de nuestra santa fe y que vivan con policía y cristiandad». Pero le insinuú de nuevo que debería procederse de acuerdo con los prelados, doctrineros, corregidores y ca- ciques sin violentar a nadie, persuadiendo a los mayores para que envíen a sus niños a esas escuelas, puesto que de los demás será raro el que llegue a poseer la lengua a con mediana propiedad (Lima, 20 de junio de 1781). Con la ejecución del principal caudillo, se enconaron los odios; los seguidores de Diego Cristóbal, Mariano Tu- pac Amaru, Vilca Apasa, Tupac y Nina Catari no daban cuartel a la gente' blanca. En Chucuito, virreinato de Bue- nos Aires, asesinaron hasta a las indias vestidas a la eu- ropea: 700 personas degolladas a cuchillo; Lampa, Azan- garo, las provincias del Collao eran víctimas de estragos semejantes. Puno y La Paz (Virreinato de Buenos Aires) sentían como nunca los más sangrientos zarpazos del re- belde. El virrey Jáuregui cursaba órdenes apremiantes al corregidor de Arequipa don Baltasar de Setmenat, y al visitador Areche, para que acudieran a la defensa de las dos importantes plazas, cuya suerte se preveía trágica luego que el enemigo hubo arrasado los poblados de Sorata aa

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