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Pero ¿no fue la revuelta la que al menos precipitó tal su- presión? El cargo de corregidor se mantendrá aún, hasta que se organice la nueva forma administrativa de las in- tendencias. Y será precisamente el visitador Areche quien más duramente se cebe en aquella institución secular. Prueba evidente de la ajustada denuncia hecha por Tupac Amaru. Más discutibles eran sus alegatos sobre aduanas y alcabalas, que no afectaban ni a la agricultura ni a la ga- nadería indiana, ni innovaban, sino a que volvían a urgir la legislación apolillada respecto a las demás transacciones. En cuanto a las obvenciones para el culto y clero, tampoco faltaron abusos, por más que arguya el visitador Areche que los indios las pagaban espontáneamente, por su ape- tencia de pompas y ostentación en funerales y misas y responsos. En hecho de verdad, Tupac Amaru, aunque clamó con- tra tales abusos, mostró generalmente gran veneración por los curas, si bien les obligaba a recibirle bajo palio y a solemnizar su entrada en los pueblos con exposición mayor del Santísimo Sacramento. Lo que constituyó para Areche y para cualquier súbdito fiel de la majestad de Carlos 1ll, crimen de lesa majestad, fue la sublevación misma a título de inca, con todos sus atributos y con la usurpación de supremacía al ordenar la persecución y asesinato de los corregidores. Areche de- dujo que deseaba coronarse inca y señor absoluto, no sólo por las insignias reales con que se presentó ante su pueblo, ni sólo por el testimonio de los diversos careos, sino por el borrador que se le encontró entre los pliegues de su ropa. ¿Por qué no lo había publicado? Antes tenía que asegurarse sin duda el triunfo total, no fueran a desen- gañarse criollos y mestizos. Ese momento no llegó. Decía así: «D. JOSE |, por la gracia de Dios, Inca, Rey del Perú, Santa Fe, Quito, Buenos Aires y continentes de los mares del Sur, Señor de los Césares y Amazonas y del Gran Paititi, comisionario y distribuidor de la piedad divina, po- derario sin par. Por quanto es aconsejado en el mi Con- sejo por juntas prolijas en repetidas ocasiones ya secre- tas, ya públicas, que los Reyes de Castilla me han tenido usurpados mis dominios y mis gentes, serca de tres siglos, pensionándome los vasallos con insoportables Eos y tributos... virreyes, audiencias, corregidores y demás mi- nistros togados, todos iguales en la tiranía, viendo la justicia en almoneda... estropeando como a bestias a los naturales del Reyno... Y para más pronto remedio de todo lo susodicho y expresado, mando se reitere y publique la jura hecha de mi real corona, por las ciudades, villas... re- mitiéndonos la jura hecha con razón de cuanto conduzca. Fecho en tantos días de tal mes y año» EL INDULTO GENERAL Jáuregui aprobó la sentencia de Areche en lo que ya era irremediable. Su conciencia de fiel vasallo al monarca español se lo imponía. Y la aprobó la Corte en todas sus partes. En lo adicional sobre sustitución de caciques por alcaldes de corte que sean indios; sobre la prohibición de ños cin

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